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lunes, 8 de diciembre de 2014

Ella.

Ella va cogida de su mano, mirando al frente para no tropezar, pero sin dejar de darle conversación. Se ríe, y a él le encanta su risa, y la verdad es que lo contrario sería un problema, porque ella se ríe todo el tiempo, y por cualquier cosa. A él le parece una persona feliz.

Sus pasos les guían hasta un paseo lleno de hojas secas, y ella se detiene un momento a observarlas. Por encima de la bufanda que le cubre media cara, sus mejillas sonrosadas dejan entrever una sonrisa traviesa, y sus ojos han adquirido ese brillo pícaro que significa que va a hacer algo seguramente poco adecuado. Suelta una risita que es casi un gorjeo y desenreda sus dedos de los de él mientras le mira; después, coge impulso y le da una patada a las hojas. Se le escapa un gritito de alegría cuando las ve elevarse delante de ella, y ríe de nuevo; otro puntapié, y más hojas alzan el vuelo.

Ella se gira para mirarle, y él niega con la cabeza, sonriendo. Está totalmente seguro de la cordura de la chica, pero no deja de sorprenderle esa extraña capacidad que tiene para disfrutar de cualquier cosa igual que una niña de seis años, y aun así ser capaz de entenderlo todo con su cerebro de mujer de veinticinco. Ella corretea a saltitos de vuelta a su lado, y le abraza, aferrándose a él como si fuera a caerse en la sima más profunda de la Tierra, o como si temiera que él fuera a desvanecerse como la bruma de la mañana si no le estrecha lo suficientemente fuerte. Lo que ella no sabe es que ese abrazo es lo que mantiene unidos todos los huesos y  los músculos de él, que es lo único que impide que se difumine como el humo de un cigarro a punto de consumirse.

Ella le mira a los ojos desde un palmo más abajo, acurrucada contra su abrigo; se le ha bajado la bufanda, y ahora él puede ver cómo sonríe, como si nada en este mundo pudiera hacerla más feliz. Y es que ella tiene una de esas sonrisas sobre las que se escriben canciones. Él se inclina y deposita un beso sobre su nariz enrojecida, y a ella se le escapa una risita baja, después se pone de puntillas y atrapa los labios de él entre los suyos, dejándole bien claro que su etapa de niña pequeña quedó muy atrás. Él ya lo sabe, pero le encanta que se lo recuerde así.

viernes, 21 de noviembre de 2014

"Dios me perdonará."

(Nota de la autora: Escribí esto tras ver en las noticias el caso de los supuestos abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia en Granada. Este texto es ficción, aunque yo casi me muero del asco sólo tratando de imaginar cómo sería la realidad... Es, quizás, algo bestia, pero los abusos que sí que se han confirmado son algo mucho peor, y no sólo aquellos cometidos por miembros de la Iglesia, sino cualquier abuso -cualquiera, no sólo a menores, aunque esos son los más horribles, en mi opinión-. Nadie se merece pasar por eso. Y, por supuesto, este texto está dedicado a aquellos que creen que se les va a perdonar lo que han hecho... Ese acto no tiene perdón ninguno.)


Mírale…

La luz de las velas arranca destellos de oro de su cabello rubio, y lo hace parecer tan suave… Seguro que es suave, sí.
Tiene una carita tan dulce… Se parece a los querubines que, inmóviles, revolotean sobre el altar de la parroquia, sosteniendo instrumentos musicales entre sus manitas de mármol.

Me acerco, con las manos agarradas por delante de mí, y le sonrío. Él parece bastante distraído; está como en éxtasis, contemplando las imágenes que adornan la pared principal de la Casa de Dios… Ah, es como si estuviera viendo a un auténtico ángel frente a mí… ¿Cómo será tocarlo? ¿Tendrá la calidez que promete la carne, o, por el contrario, la frialdad de la piedra blanca de la que están hechos sus hermanitos?

Quiero saberlo. Dios me perdonará, porque es tan hermoso… Me perdonará, porque sabe que esta tentación es demasiado fuerte como para resistirla…

Carraspeo para llamar la atención del querubín, y él se gira rápidamente, con una adorable expresión de susto en el rostro. Me sonríe cuando me reconoce, y a través de sus sonrosados labios puedo ver una hilera de dientes de leche, un poco separados entre sí.

-¿Te gusta la imagen de nuestro Señor? –le pregunto, inclinándome un poco hacia él. El pequeño asiente con su cabecita llena de rizos de oro, que tiemblan y rebotan con cada sacudida; mira de nuevo hacia arriba, y señala con un dedito regordete a la Virgen María.

-Mamá –dice, muy seguro, y vuelve a clavar sus ojos azules en los míos.

-Sí, ella es tu mamá también –afirmo, poniéndole una mano en el hombro. Aún lleva puesto el atuendo de monaguillo, que esconde todas las partes de su cuerpo que yo desearía ver…

Señor, perdóname.

-Papá –el pequeño señala la imagen de Cristo crucificado, mientras mira su rostro como si fuera lo más hermoso que hubiera visto nunca. Se me seca la boca, y mis manos empiezan a temblar.

-Sí… Es tu papá… –murmuro, notando el sudor bajando por mis sienes- Pero tu otro papá vendrá a buscarte pronto…

El querubín asiente, sin despegar la vista de la imagen divina de Nuestro Señor, y sus ricitos dorados vuelven a moverse al compás de su cabeza.

Dios me perdonará por esto. Lo sé. Él siempre lo perdona todo.

-Tienes que cambiarte –le digo, y él me mira con los ojos muy abiertos, sorprendido. Se mira la ropa, y toca la tela blanca con sus pequeñas manitas, como si no se hubiera dado cuenta de que esa ropa no era la suya. Asiente enérgicamente.

-Ven conmigo –añado, y le tiendo una de mis manos temblorosas, que él se apresura a agarrar con firmeza. Le guío por el altar, hasta llegar a una discreta puerta de madera oscura, tras la cual se encuentra una pequeña habitación donde suelo guardar mis sotanas, y le hago entrar.
El pequeño mira la estancia extrañado, y después me mira a mí; yo le sonrío débilmente, y él me devuelve el gesto, confiado de repente.

Señor, perdóname…

-Quítate eso –a mis palabras les falta poco para convertirse en una orden directa; el pequeño se deshace de la prenda con manos rápidas, aunque no muy hábiles, y la cabeza se le queda atascada en el cuello del atuendo. Inspiro profundamente, y me agacho para ayudarle, pasando las manos por la suave piel de su espalda y de sus costados; libero el botón que impide que el maldito vestidito blanco pase por la cabeza del querubín, y me deshago de él para poder observar su cuerpecito a placer.
Sólo lleva puestos unos pantaloncitos cortos de color azul marino y los zapatos. Ahora sí que parece un ángel… Recorro sus bracitos regordetes con las puntas de los dedos, y un escalofrío atraviesa mi columna como una descarga eléctrica. Inspiro profundamente, mientras una parte de mí empieza a exigir atención.

-¿Quieres un caramelo? –le pregunto, y oigo mi propia voz temblorosa, insegura, o quizás sólo impaciente. Él sonríe, encantado, y me doy cuenta de que se le forman unos hoyuelos en las mejillas. Sus adorables ricitos vuelven a mecerse y a rebotar cuando asiente– Tengo uno aquí, en el bolsillo…

Me incorporo y me levanto la sotana, desabrochando mis pantalones, y sacando esa parte de mí que me martiriza.

Señor, perdóname…

-Aquí tienes… –murmuro, sujetándola con una mano, mientras con la otra atraigo la cabeza del querubín. Cierro los ojos y alzo el rostro hacia el techo.

Dios me perdonará por esto…

Siento algo cálido en la punta.

Dios me perdonará…

Se mueve un poco.

Dios me… Ah…

-Dios no te va a perdonar por esto –la voz clara del pequeño me sobresalta. No hay rastro alguno de niñez en ella, sólo una gelidez que me hace estremecer. De repente, siento un pánico atroz.
Veo cómo sus claros ojos azules se vuelven negros, y después blancos por completo. Cuando vuelve a hablar, no es su voz, sino la de un hombre adulto, casi un anciano, la que escucho.

-Has corrompido el regalo más puro que le he dado a los hombres… No puedo perdonarte por esto –dice, y cada palabra está teñida de rabia, tristeza y decepción. Mi cuerpo comienza a sacudirse de forma incontrolable, porque sé que esa es la Voz que he estado buscando en mis plegarias…

-No puedo perdonarte por esto –sigue diciendo el pequeño ángel con esa cadencia que no es la suya–No puedo perdonarte por esto.

El niño se desvanece igual que si estuviera hecho de humo, pero la Voz permanece, y sigue repitiendo las mismas cinco palabras…

No puedo perdonarte por esto…

Grito, porque no quiero seguir oyéndolo. Grito, y me araño la cara, desgarro la sotana, aprieto esa horrible parte de mí… Grito, porque la Voz no se calla. Porque su Dueño está en Su Casa, y sus palabras en mi cabeza.

Grito, porque Dios no puede perdonarme por esto.



domingo, 16 de noviembre de 2014

"Acelera."

Hay veces en las que lo único que quieres es huir. Huir de la gente, de algún lugar, de los problemas... De ti mismo.

Acelera.

Sientes cómo el mundo se vuelve un borrón a tu alrededor.

¡Acelera!

Pasas el umbral de lo permitido, pero eso ha dejado de importar. El tiempo carece de valor, la vida se ha vuelto simple... Sólo tienes que mantener el pie pegado al pedal, y te alejarás de todo, de todos, de ti mismo.

¡ACELERA!

Pero la huida sólo es una ilusión, y el mundo vuelve de golpe. El tiempo recupera su importancia, y es tal, que sólo quieres que se detenga, e incluso que vuelva atrás para poder recuperarlo... Porque debiste haberte fijado en lo que tenías delante, y ya no es sólo en aquello que tenías y no apreciaste, sino en los obstáculos que tu propia autocompasión te impidió ver.

Porque tu cerebro te dijo a tiempo que tenías que parar. Que tenías que frenar. Pero tú sólo le oíste gritar: ¡ACELERA!


Y lo hiciste. Y conseguiste, literalmente, huir de ti mismo. O, al menos, veintiún gramos de ti huyeron de tu cuerpo.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

"Am I nothing?"

Iban a encerrarla. Se la estaban llevando a rastras por un pasillo mal iluminado, e iban a encerrarla y a alejarla del mundo que amaba.
Estaban encerando el suelo con su vestido mientras tiraban de ella, que no se estaba resistiendo; sabía de sobra que era inútil, y que ya no había nada que pudiera hacer.
Oyó el chirrido de las bisagras oxidadas antes de ver la puerta, y la luz entró a raudales en el corredor, ahuyentando la oscuridad por un instante; la empujaron dentro de una habitación, y la sujetaron delante de una cuna blanca, obligándola a mirar a su bebé. Era tan hermoso... Aquel pequeño ángel la observaba con sus grandes ojos azul oscuro, haciendo un puchero en una muda súplica por que le sacara de allí. Ella también quería llevárselo, quería marcharse con él lejos de aquel horrible lugar, pero ya no podía ayudarle... Tan sólo pudo contemplar su carita de querubín mientras la arrastraban de nuevo hacia el oscuro pasillo de antes, sin siquiera ser capaz de articular palabra o sonido alguno.
La dejaron apartada en una esquina, tirada sobre el frío suelo de linóleo azul; había un par de personas a su lado, y creía conocer a una de ellas: un hombre grande, de mirada perdida. Pero esta vez él sabía bien lo que estaba viendo, y sus ojos expresaban una compasión y una pena infinitas.
Y entonces ella lloró. Se abrazó a él, y lloró desesperadamente.

Mientras tanto, justo tras ellos, un hombre observaba la escena a través de un cristal de seguridad, la única barrera entre los pacientes del psiquiátrico y los visitantes cuerdos. Su hermoso rostro estaba contraído en una mueca de dolor; sus ojos, del color de la medianoche, fijos en el cuerpo sollozante de la mujer; y su cuerpo de Hércules se apoyaba, impotente, contra el cristal.
Sufría.
Sufría por ella, por verla tan mal, y sufría por él, por no poder estar ahí, abrazándola y ofreciéndole consuelo... Golpeó la barrera transparente con sus grandes puños, tratando de llamar la atención de la mujer.
Pero ella no se dio cuenta.
Una lágrima recorrió la perfecta mejilla del Hércules, enredándose en su barba de dos días, mientras  veía cómo la mujer a la que amaba, aquella por la que daría todo, se rompía en mil pedazos que él nunca podría volver a juntar.

Ella lloró, incluso cuando ya no le quedaban más lágrimas.
Le habían quitado a su pequeño, su única razón para existir, y se sentía totalmente vacía. Vagamente, se preguntó dónde estaría el hombre del cual había heredado los ojos su angelito, pero los truenos que bramaban a su espalda no la dejaban pensar... Qué extraño... Habría jurado que ese día no había tormenta. Pero claro, ella estaba encerrada en un psiquiátrico por algo, ¿no? Quizás sí estaba loca. Quizás sí debían apartar a su angelito de ella, para que no pudiera hacerle daño... Pero, entonces, ¿por qué sentía que se habían llevado su alma con él? ¿Por qué ya no sentía su cuerpo? ¿Por qué sus ojos no podían ver nada a su alrededor? ¿Seguía teniendo forma, o se había convertido en nada?

viernes, 7 de noviembre de 2014

"Niña."

-¿Quieres ir a dar una vuelta por los jardines? –me dijo después, pero yo no contesté, sino que seguí mirándole desde lejos. Pareció impacientarse-. Te he hecho una pregunta, niña, lo mínimo que puedes hacer es contestarme.

En ese momento, sin tener muy claro por qué, se me cayó el alma a los pies. Él ni siquiera sabía mi nombre, y eso me hizo volver a la realidad. Ahí estaba yo, en una habitación que, sin duda, había conocido días mejores un par de milenios atrás, soñando con poder saber algo más de mi guardián para matar el tiempo antes de que éste me matase a mí, sin querer acordarme de que estaba secuestrada, de que no tenía que intentar trabar amistad con él, pues no estaba conmigo, sino contra mí. Y, sin embargo, me estaba siendo tan fácil olvidarme de esos detalles...

-Eres un bruto –le solté, intentando contener el torbellino de pensamientos y de emociones que se desarrollaba en mi cabeza. Tenía ganas de llorar, pero no lo haría, al menos mientras él estuviera delante. Louis me miró con los ojos muy abiertos y una ceja en alto.
-¿De verdad no lo entiendes? –dije, tratando de evitar por todos los medios echarme a llorar-. ¿No se te ha ocurrido pensar que quizás yo pudiera estar al borde de un ataque de nervios y que necesitase relajarme por un momento? ¿Que era eso lo que pretendía con toda esa parodia de la superheroína?
Pareció muy sorprendido por mi cambio de actitud, además de ligeramente arrepentido.
-No sé cómo reacciona la gente cuando la secuestran, no sé si tratan de relajarse o si se pasan el día entero llorando, autocompadeciéndose y rezando por que paguen su rescate antes de que les devuelvan a sus familias en trocitos –estaba empezando a soltar toda la tensión que llevaba dentro, y a la vez me daba cuenta de que era muchísima más de la que al principio había pensado. Louis me miraba como si me estuviera volviendo loca. Y, por un momento, yo también lo pensé; empecé a respirar agitadamente, como si algo me estuviera oprimiendo el pecho con fuerza, y, después, noté cómo las piernas me fallaban. Indudablemente, él también lo notó, porque corrió hacia mí y me sujetó antes de que cayera al suelo. Se arrodilló mientras me sostenía contra su pecho, firme y suave a la vez; para mi vergüenza, me eché a llorar.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Cuando mis ideas bailan un vals.

Me están bailando las ideas, y ya no sé lo que digo, ni lo que pienso... Es un baile lento y repetitivo, como un vals.

Avanzo un paso al verte, al reconocer tu cara y tus ojos, siempre tan brillantes. Pero es que tu cuerpo me llama también, me exige que le preste atención, que le mire, que le toque, que le desnude. Me lo ordena casi con urgencia, y yo sólo quiero obedecerle.

Giro. Aquí estás, mirándome tan de cerca que parece que quieras retener cada detalle de cada poro de mi cara, y yo sonrío como la idiota feliz que soy. Tú sonríes también, casi más ampliamente que yo, y no entiendo esta situación, pero me siento tan bien, que me da igual.

Tampoco consigo entender por qué causas este efecto en mí; yo no sé bailar el vals, pero tu sola presencia enseña a mis ideas a moverse como si lo hubieran practicado toda la vida, como si fueran profesionales... Como si no existiera nada más que ese baile lento y repetitivo, cuyos pasos son mirarte, tocarte y amarte.

martes, 4 de noviembre de 2014

Demonios.

Azules como la medianoche, y clavados en los míos, tus ojos me instan a caer en su profundidad.
Ven…, parecen susurrar, Ven…
Sonríes, y tu sonrisa me deslumbra y me asusta a la vez. Algo dentro de mí me advierte de los peligros que encierra ese simple gesto.
Ven…, parece susurrar, Ven…
No te has movido ni siquiera un milímetro; sigues ahí, como si un Miguel Ángel especialmente hábil te hubiera esculpido con esa postura relajada. Como si el mundo fuera tuyo.
Ven…, pareces susurrar, Ven…
Esos ojos como pozos, tu sonrisa de cazador satisfecho, tu pose de dios todopoderoso… Todo ello me asusta, así que aparto la mirada. Sé que has dejado de sonreír, pero sigo oyendo una voz en mi cabeza que me susurra Ven… ven…. Pero yo no quiero ir.
Te doy la espalda, y noto tus ojos clavados en mi nuca, exigiendo que te mire de nuevo… Que me acerque a ti.

No.

No voy a ser una presa. No voy a ser TU presa.

Me voy, mientras siento la ira que irradias; por si acaso me alcanzáis ella o tú, echo a correr, poniendo distancia entre el Demonio y yo.

jueves, 23 de octubre de 2014

Reacción.

"[...]

A Belle se le saltaron las lágrimas; Marshall sólo estaba tratando de defenderla, y, en su opinión, Ricky se merecía cada puñetazo, eso estaba claro, pero no podía permitir que el gigante se metiera en un lío por su culpa...
Quiso moverse, pero su cuerpo no le respondió. Lo intentó de nuevo, y obtuvo el mismo resultado, y se sintió frustrada. Estaba muerta de miedo, como siempre, y eso era lo que la mantenía pegada al suelo… En un rincón lejano de su conciencia, mientras veía cómo Marshall y Ricky se peleaban, una vocecilla le susurraba que no podía seguir así, que no podía vivir teniendo miedo de todo, que tenía que ser valiente por una vez en su vida... Sabía que no podría separar a los dos hombres, pues no era lo suficientemente fuerte, pero tal vez podría buscar ayuda. Y, entonces, casi como una revelación, recordó que en el parking se habían instalado unos paneles de alarma, en los que pulsabas un botón y los guardias hacían acto de presencia en pocos segundos; Belle supuso que, precisamente, era para evitar o detener situaciones como aquélla. Miró a su alrededor, buscando uno de los grandes paneles amarillos y negros, y justo localizó uno a unos metros de distancia; deseó con todas sus fuerzas ser capaz de llegar hasta él, y, para su sorpresa, sus piernas se atrevieron a reaccionar. [...]"

domingo, 19 de octubre de 2014

Ojos de Sirena.

” [...]

Scorpius empezó a emerger de entre las brumas del sueño, y, con él, el dolor y el cansancio acumulado despertaron también. No sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente, ni tampoco dónde estaba o cómo había llegado hasta allí, si bien la verdad era que tampoco le importaba mucho en ese momento… ¿Estaba vivo realmente, o acaso se había ahogado en aquellas aguas negras y furiosas, cuando el barco había empezado a hundirse? Suponía que el hecho de que le doliese hasta el pelo debía significar que aún no había ido a hacerle compañía al cofre de Davy Jones. Dioses, estaba agotado, y los párpados le pesaban como balas de cañón, pero se obligó a sí mismo a abrirlos, pues, de cualquier forma, tampoco podía seguir durmiendo: estaba en lo que parecía un camarote bastante amplio y bien iluminado, cosa que hirió la sensibilidad de sus retinas, obligándole a parpadear; cuando su visión se aclaró al fin, pudo distinguir que estaba rodeado de mujeres, algo que hizo que se incorporase de golpe y se marease. Gracias a la rapidez de sus movimientos y su consecuencia, estuvo a punto de caerse de la cama, pero consiguió mantenerse arriba en el último momento, y, cuando el camarote dejó de dar vueltas, observó con precaución a quienes le rodeaban: dos rubias muy parecidas y escasas de ropa, bastante bien dotadas y con un desagradable aire de superioridad, fueron las primeras en las que centró su mirada verde oscuro, pero había visto tantas como ellas, que apenas se paró a fijarse en los detalles. Sin embargo, la mujer que estaba justo al lado de las rubias era otro cantar: los rayos del sol arrancaban destellos dorados a su cabello castaño e iluminaban tenuemente su rostro, como si tuvieran miedo de brillar con demasiada fuerza sobre aquella piel perfecta… Y sus ojos… Mirándolos, Scorpius sólo podía pensar en las sirenas de las leyendas, pues aquel azul aguamarina tan similar al mar que adoraba parecía querer arrastrarle hasta el fondo y retenerle allí para siempre. [...] “

"Por cierto, lo que sientes son celos."

“[...]

Cuando Mike vio salir a Belle, le pareció que el ruido de la cafetería aumentaba.

-Vaya, vaya, compadre… –dijo Juan, mirándole con burla-. Es la primera vez que te veo tan callado delante de una mujer.

-Chorradas –replicó el rubio, con el ceño ligeramente fruncido-. Lo que pasa es que tú no cerrabas el pico y yo no he podido decir nada.

-Ya, ya… –dijo su amigo, malicioso-. Te he visto, te estaban brillando los ojos.

-Serán las luces –Mike se encogió un poco de hombros, sólo lo justo para que su amigo captara el gesto, pero no tanto como para hacerse daño.

-Claro, las luces… –dijo Juan, asintiendo con ese aire de quien sabe algo que el otro ignora; bebió un trago de su bebida, y pareció cambiar de tema-. Es una chica guapa, desde luego…

El rubio asintió inconscientemente, mientras apuraba los últimos sorbos de su refresco. Ese adjetivo se quedaba corto; Belle no era guapa, era preciosa. Tenía el encanto especial de las mujeres que ignoran su propia belleza.

-Tiene unas bonitas piernas –continuó diciendo «El Mexicano», haciendo como si no le estuviera mirando, aunque en realidad vigilaba todos los movimientos de su colega, que seguía absorto en sus pensamientos-. Me pregunto cómo será estar entre ellas.

Pasaron un par de segundos hasta que Mike entendió el sentido de aquellas palabras, y entonces le dirigió a Juan una mirada cargada de reproche, pero también de un odio irracional.

-¡Lo sabía! –exclamó entonces su colega, con una risotada-. ¡No te atrevas a negar que te gusta, hermano!

-¿Y a ti? ¿Te gusta? –preguntó Mike, sabiendo que había caído en la trampa; estaba intentando tranquilizarse, pues no comprendía por qué había tenido ese acceso de ira repentina al imaginarse a Juan y a Belle juntos.

-Nah, es simpática, pero no es para mí –contestó su colega, con una sonrisa triunfal-. Las prefiero rubias y tontas.

El rubio suspiró, profundamente aliviado de repente. Se hizo una coleta otra vez y se levantó de la mesa; era hora de echarse un par de carreras, y, ya que no podía entrenar como los demás, al menos no perdería la forma física. Aún tenía tiempo de sobra antes de ir a rehabilitación, y necesitaba despejarse.

-Me voy al gimnasio –anunció, levantándose y cogiendo su bolsa de deporte-. ¿Te vienes?

-Acabo de salir de allí, pero vale –contestó Juan, imitándole-. ¡Ah, por cierto! Lo que sientes son celos.

-No digas tonterías –repuso Mike, ligeramente molesto. Ya había tenido celos antes, y no se parecían en nada a lo que acababa de experimentar; esto era mucho más profundo… Quizás sólo fuera la inactividad, aunque la posibilidad de que fuera una enfermedad mental, como la esquizofrenia o algo así, también se le pasó por la cabeza… Todo era demasiado raro, demasiado nuevo, para él.

-Si no quieres admitirlo, vale, pero luego no se te ocurra decir que no te avisé. [...]“

La sonrisa de mi Evangeline.

” [...]

Alan miraba fijamente el bloque de piedra que era la lápida de Evangeline. Nunca se había movido de ahí, y poco le importaba que lloviera, nevara o hiciera sol… Esas cosas mundanas ya no podían afectarle. Miraba el bloque y se acordaba de ella, y el resto del mundo desaparecía a su alrededor, pues carecía de sentido sin su amada difunta esposa. No sabía cuánto había pasado desde que la habían asesinado, ya que, para él, el tiempo se había detenido en el momento en que la había visto tirada en la cama, desnuda y llena de cortes por todas partes. Muerta. Desconocía si habían pasado días, años, siglos o unas cuantas horas… Lo único cierto era que ella ya no estaba, y que no volvería… Bueno… y que él estaba muerto también lo sabía. Así pues hizo memoria, regresando a la triste noche de principios de abril de 1790.



Alan estaba nervioso cuando salió de la mansión; tenía un mal presentimiento. Algo no iba bien. Lazarus había estado paseándose por toda la casa, como si estuviera buscando algo, y eso no era normal; se conocían desde hacía años y eran buenos amigos, aunque tenían sus diferencias, y nunca le había visto tan inquieto… Normalmente era un tipo tranquilo y frío, y jamás le había visto perder la calma, de ahí que su comportamiento le resultara sospechoso desde el principio. Evangeline también estaba nerviosa, y continuamente miraba a todas partes, como si temiera que algo, o alguien, pudiera atacarla en cualquier momento. Y eso, naturalmente, no era un buen presagio, por eso a Alan no le apetecía salir de la mansión… Pero ¿qué podía hacer? Su obligación era acompañar a su madre a pasear, para protegerla de cualquier peligro. Aunque odiaba estar lejos de su esposa, sabía que la mansión era un lugar seguro, y más si Lazarus estaba allí; así pues, salió a montar a caballo con su querida madre, tratando de alejar de sí todos sus temores.


No se entretuvieron mucho, pues empezó a llover y se vieron obligados a volver al abrigo de la mansión; al entrar por la puerta, lo primero que notaron fue el silencio. No había ni un solo ruido. Sin embargo, el hecho de que ni Lazarus ni Evangeline hubieran salido a recibirles era extraño, así que Alan subió a buscar a su amada esposa a sus aposentos. Y la encontró tumbada en la cama. Muerta. La visión era tan horrible, que supo que poblaría sus peores pesadillas por siempre: Evangeline estaba con medio cuerpo encima de la cama, completamente desnuda, y la sangre de los cortes que tenía por todo el cuerpo brillaba siniestramente a la luz de las velas. Alan se acercó más, horrorizado y tratando de contener las náuseas, pero su visión estaba borrosa a causa de las lágrimas… Después, el tiempo se había detenido al comprender que ya nunca más volvería a verla sonreír.




Alan inspiró profundamente, y levantó los ojos de la lápida. Echaba de menos la sonrisa de Evangeline, muchísimo… Sabía que había habido un retrato suyo en alguna parte de la casa, pero desconocía dónde lo habían guardado o si seguía allí, ya que su familia se había llevado muchas cosas de vuelta a Europa, y el resto… Bueno, quizás las vendieran, las destruyeran o quién sabe qué. Tampoco tenía ánimos para entrar en la mansión a buscarlo; se negaba en rotundo a encontrarse con Lazarus, o con lo que quedaba de él, al menos. Entonces, le abordó un mal presentimiento. Algo malo iba a pasar. Otra vez. Quizás esta vez pudiera llegar a tiempo para evitarlo, y redimirse así del crimen por el que había sido condenado… El suicidio no estaba bien visto a ojos de Dios, así que su alma había quedado atrapada en aquel mundo, que ya no era el suyo. Pero, de alguna manera, sabía que, si salvaba una vida inocente, sería perdonado, y volvería a ver a su amada Evangeline… [...]“

Estrellas invencibles.

Era una mañana tranquila y agradable para surcar las aguas del mar, pero “El Indomable” se encontraba anclado no muy lejos de su punto de partida, el puerto de la isla del barón Pinion, ya que el capitán no había decidido aún un rumbo en concreto. Las olas golpeaban el casco con suavidad mientras los marineros esperaban en la cubierta las órdenes del contramaestre; muchos se habían sentado en rollos de cuerda, en barriles o simplemente en el suelo, y otros se paseaban con impaciencia de un lado a otro.

-Hay mucha calma hoy, ¿no? –dijo un marinero joven e inexperto. Era su primer viaje, y esperaba que hubiera un poco más de actividad a bordo.

-Demasiada –afirmó otro, más viejo, a quien le faltaba un ojo-. Y el capitán debería darse prisa en tomar una decisión, o nos alcanzarán los piratas.

-No hay barcos a la vista –replicó el joven marinero, achicando los ojos mientras miraba al horizonte- .Además, estamos demasiado cerca de la costa, y seguro que no se atreven…

-Nunca te fíes de esos bribones, muchacho, son más listos de lo que crees –dijo el viejo tuerto-. Aparecerán cuando menos te lo esperes, y tendrás suerte si consigues escapar con vida de las garras de esos malditos…

-Deja de asustar al muchacho, Junn –le interrumpió otro marinero, de mediana edad y piel tostada por el sol-. No todos los piratas son hábiles a la hora de abordar un barco, y menos si está bien defendido, como éste.

-Los que navegan por estas aguas, concretamente, no son de los que se andan con niñerías, Jason –replicó Junn, cruzándose de brazos-. Hay una tripulación en concreto que no ha sido derrotada nunca, sin importar lo bien defendido que estuviera el maldito barco.

-No exageres, viejo…

-No lo hago, ni siquiera un poco, y tú lo sabes –se defendió el anciano, y después miró al joven marinero-. Hazme caso, muchacho, cuídate de esas a las que llaman las Estrellas…

-¿Quienes son las Estrellas? –quiso saber el joven, muy emocionado-. ¿Cómo son de peligrosas, en una escala del uno al diez? ¿Y por qué las llaman así?

-Haces muchas preguntas, hijo –dijo Jason, con una sonrisa, a la vez que se desperezaba-. Pero no creo que quieras saber todas las respuestas, o dejarás el mar y la vida de marinero en un pestañeo.

-¡Claro que quiero saberlas! Me parece apasionante… –replicó el muchacho, mientras le brillaban los ojos-. Además, tengo que estar informado de todo, o no podré defenderme.

-Anda, Junn, cuéntale al chico quiénes son las Estrellas, que tú eres quien mejor lo sabe –dijo alguien, de fondo, y todos le corearon, pues las historias de piratas siempre eran bien recibidas, aunque se consideraban de mal fario. El viejo sonrió nostálgicamente, y se dispuso a contar lo que sabía sobre la enigmática tripulación invencible.

-Las Estrellas son piratas, y todas pertenecen a la misma tripulación, la de “La Constelación“ –empezó a relatar Junn, con un deje de misterio en la voz-. Son una de las bandas más peligrosas que navegan por estas aguas –hizo una pausa dramática-. Son todas mujeres, y por ello todo el mundo tiene menos cuidado, no les toman en serio, lo que es un gran error, porque son verdaderos demonios cuando pelean… No se les puede medir en una escala, porque siempre superan el límite, y si tienes la desgracia de encontrártelas, tendrás dos opciones: la inteligente, que es rendirte y no discutirles nada, y la suicida, que es enfrentarte a ellas. Elige una según las ganas que tengas de vivir… Y ya te aviso que, si eliges enfrentarte a ellas, luego no podrás echarte atrás y rendirte…

-¿Por qué no? –quiso saber el muchacho.

-Porque siempre terminan lo que empiezan –contestó Junn, con pesar-. Aunque, a veces, si están de buen humor, tienen piedad de algunos… –añadió, tocándose distraídamente el parche que cubría su cuenca vacía.

-¡Qué emocionante! ¡Las conoces en persona! –exclamó el muchacho-. ¿Cómo fue? ¿Y por qué las llaman Estrellas? Eso aún no me lo has contado.

-Las llaman así porque todas tienen nombres relacionados con ellas, e incluso con diosas griegas y romanas –dijo Jason, con una sonrisa burlona, como si lo encontrara todo totalmente ridículo.

-En realidad es por el nombre de su barco, porque las constelaciones están compuestas por estrellas… Es un juego de palabras… Aún así, no te fíes nunca de ninguna de ellas –dijo Junn, mirándole con el ceño fruncido-. Todas son peligrosas a su manera… Algunas por ser hermosas, ya que te desconcentran y te hacen bajar la guardia; otras, por ser muy ágiles, tanto que es casi imposible herirlas; y otras por ser extremadamente diestras con la espada, pueden matarte sin que te des cuenta… Y luego hay excepciones, claro.

-¿Excepciones? ¿Qué quieres decir? ¿No habías dicho que todas eran peligrosas? –preguntó el joven marinero, confundido.

-Y así es… Algunas por una cosa o por otra, pero hay dos que lo son por todo eso y por más –contestó el viejo tuerto, mientras perdía la mirada de su único ojo en el horizonte, evocando los recuerdos de lo acaecido hacía apenas un par de años, rememorando dos caras en concreto, dos formas de luchar iguales y diferentes a la vez, dos pares de ojos casi opuestos con miradas similares…

-¿Qué quiere decir? ¿De qué habla? –preguntó el muchacho, con impaciencia. No entendía por qué el viejo se había quedado en silencio de repente, como si estuviera muy lejos de allí, tanto en el tiempo como en el espacio.

-Caleb, creo que Junn necesita descansar un… –empezó a decir Jason, pero el viejo volvió a hablar.

-Cuídate de la primera oficial, muchacho… Es más peligrosa que un demonio, a pesar de su cara de ángel… Que no te embrujen sus ojos, o estarás perdido –dijo, todavía con la mirada ausente-. Pero, por encima incluso de ella, cuídate de la capitana… Esa mujer se las sabe todas, y es la más peligrosa con la que te encontrarás jamás…

-¡Increíble! –exclamó Caleb, con los ojos muy abiertos-. ¿Y cómo se llaman esas dos?

-Casiopea es el nombre de la primera oficial… –contestó Junn, mientras recordaba dos hermosos ojos, azules como los mares tropicales, pero fieros como los de un depredador… Los ojos de una auténtica guerrera.

-¿Y la capitana? –quiso saber el joven, pero el viejo tuerto no contestó. Miró entonces a Jason, quien parecía muy concentrado en algo a lo lejos-. ¿Cómo se llama la capitana de “La Constelación“?

-Cuidado con la capitana, muchacho, mucho cuidado con ella… Témela como si fuera el mismísimo Diablo… Y no subestimes nunca a esas mujeres, ¿me oyes? ¡Nunca! –gritó Junn, como si se hubiera vuelto loco, mientras le zarandeaba. Después, se fue a la bodega, repitiendo lo mismo una y otra vez.

-¿Qué le ha pasado al viejo? –preguntó Caleb, con los ojos desorbitados y el miedo metido en el cuerpo.

-Aún no ha superado su encontronazo con esas piratas –dijo Jason, mientras le ponía una mano en el hombro-. Creyó que las podría vencer, pero se equivocó… Ya tiene una edad, no fue lo suficientemente rápido, y le faltó poco para perder la vida… Son muy diestras, pero yo estoy convencido de que se las puede derrotar.

-¿Cómo? –quiso saber el joven, mirándole con expectación.

-No lo sé… Será condenadamente difícil, porque son las más expertas piratas que me haya echado nunca a la cara – contestó el marinero-. Pero seguro que es posible… Tiene que serlo… Son humanas.
Creo, añadió mentalmente.

-Aún no me ha dicho nadie cómo se llama la capitana, ni tampoco cómo fue ese encuentro del que hablas… ¿Tú estabas presente?

Jason rió estrepitosamente.

-Sí, hijo, yo estuve allí, y las vi pelear con mis propios ojos… Pero todo eso te lo contaré en otro momento –dijo, sonriendo con suficiencia.

-¿Y por qué no ahora?

-Porque me quedaría sin historias que contar durante el resto del viaje.

-¿Me dirás, al menos, cuál es el nombre de la capitana? –casi suplicó Caleb.

Jason miró al horizonte, y se perdió en él por un momento, rememorando el rostro de una de las mujeres más hermosas que había visto jamás.

-Andrómeda –murmuró, con una sonrisa nostálgica-. Su nombre es Andrómeda. [...] “

El Matón y la Niña de los Gatos.

” [...]

-Gracias, por cierto –dijo, mirándome desde arriba. Yo sólo asentí, y hubo un momento de tenso silencio. Louis seguía mirándome, como si estuviera esperando a que yo hiciera o dijera algo, y la verdad era que me moría de ganas de hacerle un millón de preguntas… Pero no tenía ni la menor idea de por dónde empezar.

-¿Y bien? –dijo, con tono impaciente, a la vez que se cruzaba de brazos.

-¿Y bien, qué? –pregunté yo, un poco confundida. ¿Qué demonios quería que hiciera? Porque la opción de huir no era factible y, al margen de eso, estaba lo suficientemente tensa como para no tener ni idea de en qué emplear el tiempo que estuviera retenida.

-Que qué quieres hacer hoy –dijo Louis, con voz cansina. Me pensé la respuesta un momento.

-No sé… ¿Puedo irme de aquí? –pregunté, por si colaba. Él bufó, intentando ocultar la risa, pero no pudo evitar que apareciera una sonrisa en su cara.

-No –dijo- A menos que seas Superman, claro.

-Ultrawoman, en realidad –le corregí, distraídamente, mientras alisaba un poco mi pijama- Sigo siendo una chica, aunque no te lo creas… Y Superman era un hombre.

-Eres muy friki, ¿lo sabías? –dijo él, con burla- Eso, o muy creída.

Me encogí de hombros y me levanté, mientras le miraba a los ojos; le llegaba por la barbilla, pero así me intimidaba menos que desde más abajo.

-Puede ser, pero al menos tengo buen gusto para vestir –dije, con malicia. Mi intención era devolverle el pique, porque realmente me gustaba cómo iba vestido… Louis era muy atractivo así, a la luz del sol. Parecía otra persona. Pero no podía evitar pensar que no dejaba de ser un matón que estaba al servicio de los tipos que me tenían secuestrada.

-Perdona, niñita, pero no soy yo quien lleva un pijama de gatos –dijo, cruzándose de brazos, con una sonrisa maliciosa.

-¡No son gatos! –le espeté, tras darme cuenta de que la noche anterior había cogido mi pijama de los Looney Tunes. Así de cansada estaba, que no recordaba la mitad de lo que había hecho- Es EL gato. Es Silvestre.

-¿Quién? –preguntó él, un poco confundido, mientras descruzaba un poco los brazos. Suspiré con exasperación.

-Silvestre, el de los Looney Tunes –dije, como si fuera muy obvio, pero él parecía seguir sin saber de qué le estaba hablando- Ya sabes, ese que siempre estaba intentando comerse a Piolín, el pájaro amarillo con la cabeza enorme…

-No insistas, no sé quién es ese gato, no le he visto en la vida… Y el pollo tampoco me suena –dijo Louis, negando con la cabeza y mirándome como si estuviera medio loca.

-¡¿Pero cómo no vas a saber quiénes son?! –solté, impresionada. No podía creerme que no les conociera, era absolutamente impensable para mí- Tienes que haber oído hablar de ellos… Estoy segura…

-Que no, y para ya, o acabarás por convertirme en un friki como tú –me dijo, con una sonrisa indulgente.

-La frase: «Me pareció ver un lindo gatito», ¿no te dice nada? –le pregunté, en un último intento desesperado por que lo recordase. Estaba segura de que, en su infancia, tenía que haber visto dibujos animados.

Se quedó callado un momento, y después pareció recordar algo.

-Sí, me suena mucho –dijo, como alucinado- Pero no sé de qué… ¡Ah, sí! ¡De que estás como una cabra!

Y estalló en carcajadas. [...] “

martes, 14 de octubre de 2014

Si la dejas...

«La soledad ahoga.»

He leído esas tres palabras muy a menudo, y siempre pensé que, juntas, eran poco más que una exageración. Hasta hoy.

Hoy la siento cerca, pegada a mí, tratando de asfixiarme, de reducirme a una masa abstracta y llorosa. Es como si estuviera en una piscina, con el agua a la altura del cuello... Aunque, más que a una piscina, la soledad se parece más al mar, con sus corrientes, sus olas, y sus miles de peligros ocultos bajo la superficie aparentemente calma. Te arrastra, te empuja, te golpea, te hiela, te muerde, te pica, te come, te mata.

jueves, 9 de octubre de 2014

Depredador.

Hacía tiempo que los conocía. Mucho. Tanto, que había perdido la cuenta de los años. Y no los vio venir… No habría podido, nunca, jamás de los jamases, prever que aquellos ojos oscuros la atraparían como una tela de araña atrapa a una mosca despistada. Pero allí estaba, revolviéndose y pataleando, igual que el insecto, para poder librarse de aquel extraño embrujo que la mantenía pegada a unos irises familiares, y a la vez tan absolutamente desconocidos…
Ahora los veía con una nueva luz, a través de un cristal totalmente diferente… Los encontraba magnéticos, hechizantes, profundosatrayentesmisteriosos, h e r m o s o s… Como sólo pueden serlo los de un depredador.

Él había conseguido arrinconarla sin siquiera pretenderlo, sólo con aquellos dos ojos oscuros, y ella se había convertido en presa sin darse cuenta, se había quedado mirando demasiado tiempo en el momento indicado, y había caído en la trampa de un querubín regordete armado con un arco y un carcaj lleno.

Nunca una presa tuvo tantas ganas de ser cazada.

martes, 7 de octubre de 2014

Dolor de mujer.

El dolor lleva varios días amenazando con hacer acto de presencia, hasta que al fin se ha decidido a atacar. Como de costumbre, lo ha hecho sin miramientos, e incluso con crueldad.

Ha empezado en el pecho, oprimiéndolo como si no hubiera mañana, y la sensación que me invade es la de que quiere aplastarlo, reducirlo al grosor de una hoja de papel, y puede que después plegarlo siete veces sobre sí mismo.

No contento con el mal que provoca, decide avanzar hacia el estómago, sacudiéndolo como haría  un barman experto con una coctelera: con furia y en varias direcciones. Como consecuencia, las náuseas no tardan en aparecer, y siento en la boca el sabor amargo de la bilis; sólo puedo cerrar los ojos y rezar por que pase cuanto antes.

Ah, pero, ¿por qué detenerse? ¿Por qué, si puede seguir disfrutando con el sufrimiento ajeno? No, no, eso sería ser demasiado benévolo... No, sigue bajando, apoderándose del vientre, haciéndome sentir que estoy a punto de abrirme por la mitad... Oh, dioses, duele tanto...

A la tortura física, se suma la psicológica... Tengo la mente embotada, apenas puedo pensar, pero, sin embargo, mis nervios están a flor de piel... Todo es tan tremendamente irritante, anodino, triste, horrible y hermoso a la vez...

Y quiero chocolate.

Aguantar esto durante dos o tres días al mes, todos los meses, realmente me hace replantearme si el don de traer la vida al mundo es tan increíble como para merecer este castigo...

Mamá asegura que sí.

Escondite.

Ahí estás. Por fin has salido de tu escondite.

Te miro durante un segundo, y después cierro los ojos, pues tu piel me deslumbra. Sin embargo, te siento cerca. Siento tus dedos cálidos acariciar mi cara, mi cuello y mi pelo como el más experto de los amantes, y no puedo evitar que el vello se me erice ante tan dulce contacto.

Bajo tu mirada, todo es más hermoso, más brillante, está más vivo… Incluso yo me siento así, y se me escapa alguna que otra lágrima de felicidad, testigo delator de tu encanto. Y es que tengo que sonreír cuando estoy ante ti, me siento querida de alguna forma al recibir tus besos, protegida de todo aquello que, oculto en las sombras, espera para hacerme daño.

Nunca nadie me ha tocado como tú.

Ahí estás, querido Sol. Gracias por salir de tu escondite.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Dibujos en la nieve.

«La sangre sobre la nieve es más roja», pensó, distraídamente, mientras observaba la imagen que tenía a sus pies. No era la primera, ni la segunda vez que la veía. Pero, definitivamente, aquello no estaba dando resultado. Era la cuarta persona a la que mataba, y seguía sin sentir absolutamente nada. 
Cuando todo empezó, pensó que, acabando con los culpables, quizá sentiría cierta liberación, que tal vez eso la ayudaría a superar lo ocurrido hacía ya dos años. 
Suspiró profundamente mientras observaba cómo la sangre de aquel hombre, aquel horrible hombre que le había jodido la vida, se derramaba sobre la nieve que, a esas horas de la noche, parecía tener luz propia. El líquido rojo brillaba, formando dibujos sobre su lienzo improvisado, y ella se dio cuenta de que no eran simples manchas casuales. Otra vez las siluetas de dos personas tendidas se perfilaban con la sangre de un asesino. Cerró los ojos con fuerza y pisoteó la nieve teñida, tratando de hacer desaparecer la imagen de sus retinas, pero los recuerdos no estaban dispuestos a marcharse así como así. Y ella lo sabía; de hecho, estaba convencida de que la acompañarían toda su vida.
Pero aquello no había terminado aún. Todavía quedaba sangre por derramar. Todavía quedaba uno.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

"No voy a hablar de amor."

No voy a hablar de amor,
Ni de tus ojos oscuros,
Tus manos hábiles,
O tu maravillosa voz.

Porque, aunque me hueles a vida,
A canciones susurradas
Al oído al despertar,
A hierba recién cortada
En una mañana de primavera,
Al mar y la arena en verano,
Al lento baile de las hojas
En su caída otoñal,
A la escarcha que cruje
Bajo mis pies en invierno,

Aunque me sabes a sal,
A chocolate y naranja,
A fresas con nata,
A manzana y canela,

Aunque tu voz me transporte
Lejos, muy lejos,
Me lleve de viaje
Y no me cobre por ello,
Me duerma y me despierte,
Me arranque risas y sollozos,
Me vista y me desnude,
Me mate y me resucite,

Aun a pesar de que yo
Ya no sepa vivir sin ti,
No voy a hablar de amor.
Y, como dice Extremoduro,
«Que empiece en "sí" y no en "no".»

martes, 23 de septiembre de 2014

Seguir viviendo.

-¿Y qué vas a hacer, entonces?

-Seguir respirando... Seguir viviendo... Seguir como hasta ahora, mirando hacia otro lado cuando no quiero ver su recuerdo... Seguir buscándome en los ojos de otro... de otros... de todos.

lunes, 22 de septiembre de 2014

«¿Preparada?»

-¿Preparada para el concierto? –preguntó él, con una sonrisa nerviosa. Le costaba un poco hablar delante de aquella chica.

-En absoluto –contestó ella, sonriendo, a la vez que negaba con la cabeza-. No estoy preparada, ni quiero estarlo.
»Quiero que me sorprendas, que me erices la piel y hagas que se me salten las lágrimas; que, al oírte, todo lo que piense sea en bailar, gritar, cantar y vivir. Quiero estremecerme con cada palabra, y vibrar a la vez que la guitarra hasta caer rendida al suelo, feliz. Quiero que me hagas sentir viva.

-Eso es mucha responsabilidad –respondió él, inseguro.

-Es lo que todo el mundo debería esperar de la música –ella seguía sonriendo. Confiaba plenamente en las aptitudes del chico.

-¿Y si no lo consigo? –preguntó él. Ella le miró largamente a los ojos, con los labios aún curvados en aquel adorable gesto suyo.

-Vas a conseguirlo, siempre que no tengas miedo de intentarlo –contestó, al cabo de un par de segundos-. Eres capaz de hacer todo lo que te propongas, pero tienes que proponértelo primero.

Segundos que duran horas.

«¿Cuántas horas caben en un segundo?» 

Ese fue el único y estúpido pensamiento que cruzó mi mente cuando sus ojos se clavaron en los míos. Podría haber sido cualquier ñoñería que aludiera a las mariposas que comenzaron a revolotear, histéricas, no sólo en mi estómago, sino por todo mi cuerpo. O podría haber sido una alusión al brillo que iluminaba aquellos irises oscuros. O, incluso, a la ferocidad de esa mirada casi animal, que me atraía y me incitaba a caer, como si fuera la gravedad al pie de un precipicio... Y yo estaba tan dispuesta a saltar...

Podría haber sido un pensamiento relativo a cualquiera de esas cosas, por separado. Pero no. Las englobó a todas sin siquiera darme cuenta. Las englobó de una manera extraña, y me trasladó a las noches de insomnio en las que fantaseaba con el momento en que nos encontraríamos... Y él me vería al fin... Pero ni el más dulce y realista de mis sueños me había preparado para ese instante.

La luz de los focos le arrancó un destello a aquellos ojos oscuros y profundos, que en milésimas de segundo hicieron aparecer cientos de miles de agitadas mariposas por todo mi cuerpo, y que me incitaban a perderme en ellos, a navegar en ellos, a vivir y morir y soñar en ellos... Me sentí devorada por dentro y por fuera, fuerte y débil a un tiempo, y tan poderosa por que aquellas dos hermosas esferas fueran para mí durante un segundo... Ese segundo que me hizo perder el sentido de la realidad, que estiró el tiempo una y otra vez, resistiéndose a terminar... Supe que podría pasarme la vida entera allí, de pie, sólo mirándole a los ojos... Fue sólo un segundo, pero duró horas.