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miércoles, 12 de octubre de 2016

"The Russian", 5.

Aquel hombre era muy raro, y eso que Ana estaba más que acostumbrada a juntarse con gente rara. Como decía su madre, parecía que lo iba buscando, porque no recordaba haberse encontrado con nadie normal en su vida. Claro que también era cierto que no podía decir que se aburría cada vez que salía con sus amigos, y daba gracias por haberles conocido.
En primer lugar, la noche anterior le había causado una impresión no demasiado buena, quizás por su repentina visita en plena noche, o quizás porque, cuando la había mirado, había estado bastante segura de lo que sentía una bacteria cuando la examinaban con un microscopio. Y eso no había sido agradable.
Luego, por supuesto, estaba el hecho de que era más silencioso que una pelusa voladora, y la había asustado dos veces en menos de ocho horas. Aunque, para ser justos, la segunda vez realmente había sido culpa suya, por olvidarse completamente de que no estaba sola en el piso.
Pero esa no es la cuestión, se dijo. Mak no parecía muy sociable, y las personas tan calladas siempre la habían inquietado un poco. Extendió un poco de margarina sobre su tostada mientras sentía la helada mirada de él clavada en ella.
¡Contesta de una vez!, se reprendió.
-Me inquieta un poco, la verdad –reconoció, enfrentando la mirada de Mak. No sabía cuánto tiempo iba a tener que estar con él, así que lo mejor era que fuera completamente sincera-. Yo hablo hasta por los codos, y…
-¿Por los… codos? –la interrumpió Mak, con un gesto de extrañeza tan evidente y cómico que ella tuvo que reprimir una carcajada.
-Es una forma de hablar –le explicó-. Significa que hablo mucho.
Él asintió, aunque su expresión no llegó a desvanecerse del todo.
-Bueno… Eso –dijo Ana, volviendo al tema principal-. Yo hablo mucho, y a veces me frustra un poco cuando la gente me contesta con monosílabos, o respuestas cortas en general.
-Entiendo –dijo Mak, asintiendo de nuevo. El silencio volvió a instalarse entre ellos, y Ana decidió seguir con su desayuno en vista de que no iba a conseguir arrancarle ni una sola palabra más.
No sé cuánto tiempo tendremos que fingir, pero se me va a hacer de largo…, pensó, frustrada. Ella se consideraba una persona bastante alegre y optimista, le encantaba hablar, y reírse, y hacer bromas y seguir riendo, así que realmente no sabía bien cómo tratar con alguien a quien no le gustaba hablar.
-No es por ti –dijo de repente Mak; ella levantó la vista de su desayuno para mirarle, interrogante, y ahora era él el que parecía estar incómodo-. No hablo mucho con nadie.
Ana asintió. Era bueno saber que no tenía ningún problema con ella, aunque también era cierto que era bastante improbable que ese fuera el caso, ya que se conocían sólo desde hacía unas horas, y habían pasado la mayor parte de ellas durmiendo.
-¿Quieres otra? –le preguntó a Mak, señalando su plato vacío-. No tienes por qué quedarte con hambre.
-Puedo hacerlo yo –contestó él. Aunque la respuesta podía parecer un poco brusca, no había acritud ninguna en su voz, sólo la mera constatación de un hecho.
-Claro –asintió ella, apurando lo que le quedaba de zumo-. Yo… Voy a ir a secarme el pelo mientras acabas, y después, si te parece bien, iremos a hacer la compra.
Ana dejó su plato y su vaso en el fregadero. Ya se ocuparía de ellos más tarde.

Mak frunció ligeramente el ceño cuando Ana dijo que irían a hacer la compra. No recordaba haber ido a un supermercado en los últimos diez años, y menos aún desde que se podía hacer la compra por internet… ¿Es que ese tipo de avance no había llegado hasta allí? ¿O es que ella no sabía que existía? En cualquier caso, la idea no le parecía especialmente halagüeña. En los supermercados había cámaras, cámaras a las que se podía acceder si uno tenía los recursos y los contactos necesarios, y no quería que sus perseguidores, si es que se habían percatado de su ausencia, lo tuvieran fácil para dar con él. Pero tampoco iba a quedarse encerrado en aquel apartamento hasta que por fin obtuviera la nacionalidad, así que tampoco era un mal comienzo… Y así al menos podría comprar todo lo que necesitase, en vez de encargárselo a Ana.
En ese momento, se dio cuenta de que sólo le quedaban unos pocos euros… El resto, eran todo rublos. Suspiró con resignación al pensar que tendría que ir a cambiarlos. Genial, más cámaras… Y, seguramente, sería el sitio que más vigilarían. Bueno, no era ningún cobarde, así que iba a tener que arriesgarse.




(Continuará...)

jueves, 14 de julio de 2016

"The Russian", 4.

El despertador sonó a las ocho de la mañana, ya que era sábado y no tenía que ir a trabajar, y Ana lo apagó de un manotazo. Dio un par de vueltas en la cama, remoloneando durante unos minutos, y por fin se incorporó bostezando y restregándose la cara con las manos.
Había tenido un sueño rarísimo en el que su amigo Ángel llevaba a un gigante de aspecto extranjero a su casa y le decía que se tenían que casar.
Qué tontería, pensó, con una sonrisa, mientras sacaba unas braguitas de un cajón del armario. Se preguntó vagamente, aún presa del sueño, por qué tenía echado el pestillo de su habitación, pero lo achacó a alguna de las paranoias que le daban de vez en cuando al pensar que podría entrar algún ladrón en casa. Entró en el baño y cerró la puerta tras de sí, hizo sus necesidades, se desvistió y entró en la ducha; se lavó el pelo y el cuerpo a conciencia, y se aclaró con agua templada, casi fría, para terminar de despejarse. Al salir, se secó con una toalla y se envolvió en ella, se puso las braguitas, recogió el pijama del suelo y volvió a su habitación para vestirse.

Mak se despertó de golpe al oír unos pitidos estridentes; se encontró a sí mismo apuntando hacia la puerta con la pistola que escondía bajo la almohada, pero al verla cerrada y no registrar ninguna otra presencia en el cuarto, la bajó. Se recostó de nuevo y suspiró al mirar el reloj; no podía creer que hubiera dormido toda la noche, ya que era bastante desconfiado por naturaleza y cualquier ruido extraño le impedía cerrar los ojos. De hecho, cuando tenía que pasar la noche en un hotel, la mayoría de las veces acababa dando cabezadas en una silla al lado de la puerta; sólo dormía tranquilo en su casa, así que pensó que nunca había estado tan cansado como la noche anterior, porque no había otra explicación para su repentina relajación.
Se levantó y se estiró, hizo cuarenta flexiones y se puso un pantalón y una camiseta antes de salir. Al abrir la puerta, pudo ver pasar a Ana por delante envuelta en una toalla; ella no pareció percatarse de su presencia, porque ni siquiera le miró, pero Mak pudo apreciar que estaba mucho más delgada de lo que había pensado la noche anterior. Definitivamente, aquel pijama de peluche no le hacía ningún favor, aunque seguía sin ser su tipo. Se encogió de hombros y fue a la cocina; buscó en un par de armarios, y al no encontrar té, abrió la nevera, sorprendiéndose gratamente al encontrar un brick de zumo de piña casi entero. Buscó los vasos, y los localizó en un armario junto con el resto de la vajilla, al lado de la campana extractora; sacó uno, por costumbre, pero luego se lo pensó mejor y sacó otro más para Ana, mientras se repetía a sí mismo que debía intentar ser agradable con ella, pues a fin de cuentas, iba a jugarse mucho por él.
En ese momento, su estómago comenzó a rugir, y él frunció el ceño; era normal, a fin de cuentas, pues no había comido nada desde la mañana anterior ya que la tensión le quitaba el apetito. Estaba explorando otro armario en busca de algo de comer, sin éxito, cuando escuchó un grito ahogado al otro lado de la isla; se incorporó rápidamente, alerta, y vio a Ana con cara de susto. Se había vestido, pero seguía llevando una toalla enrollada en la cabeza, y le miraba de forma acusadora.
-Buenos días –dijo, sin embargo-. ¿Te he despertado?
Mak asintió. No tenía sentido mentir.
-Lo siento… La verdad es que ni me acordaba de que estabas aquí.
-No importa.
Se instaló un silencio tenso entre ambos. Ana no parecía saber dónde mirar, y Mak empezó a sentirse incómodo, no tenía ni idea de cómo comportarse con ella. Entonces, su estómago volvió a rugir, y Ana le miró.
-¿Te gustan las tostadas? Creo que lo único que me queda es pan –su tono era una mezcla de vergüenza y disculpa. Mak asintió de nuevo; cualquier cosa le parecía bien, siempre que le calmara el hambre.
Se hizo a un lado cuando Ana se acercó para sacar una bolsa de pan de molde de uno de los armarios, y obedeció un poco a regañadientes cuando le dijo que se sentara; odiaba estar inactivo, pero apenas tuvo que esperar dos minutos antes de tener un par de tostadas frente a él, así que aceptó con un intento de sonrisa la mermelada y la margarina que Ana le tendía y, sin poder evitar saltarse las normas básicas de educación, empezó a comer sin esperarla.
-Parece que alguien tenía hambre –la oyó murmurar, y en su voz había cierto tono de burla; levantó la mirada tratando de no soltar algún improperio, pero tuvo que tragarse todos los que acudían a su mente al ver que ella simplemente le sonreía con satisfacción, como si verdaderamente se alegrase de que tuviera tanto apetito. Mak esperó hasta haberse tragado todo lo que tenía en la boca antes de hablar.
-Sí.
-No eres muy hablador, ¿no?
Mak la miró a los ojos, tratando de evaluarla. Siempre se le había dado bien leer a la gente, calaba a todo el mundo con una simple mirada, y Ana no era la excepción. No recordaba haber visto a alguien más expresivo en su vida, y claramente ella no se sentía especialmente cómoda con él cerca. No se fiaba de él. Y eso le dolió un poco, aunque no iba a reconocerlo.
-¿Eso te incomoda? –le preguntó, y se terminó la primera tostada. Ana desvió la mirada para preparar la suya propia. A Mak no le hacía falta que contestara.

miércoles, 4 de mayo de 2016

"The Russian", 3.

-Normalmente sí –Mak asintió una sola vez, y después volvió a centrarse en lo que le había llevado hasta allí-. Necesito una toalla.
Ana frunció el ceño ligeramente, como si algo no le cuadrase, pero después asintió y se levantó.
-Claro… Están en mi armario –dijo, mientras entraba en la primera de las habitaciones; él la siguió, y distraídamente se preguntó si en algún momento tendría que dormir con ella, o hacer algo más. Sacudió la cabeza, tratando de no seguir ese hilo de pensamiento, y entonces fue consciente por primera vez del aspecto que tenía el cuarto de Ana. Supuso que un tornado habría dejado un poco más de orden a su paso.
-¿Puedo usar tu jabón? –le preguntó, mientras cogía la toalla que ella le ofrecía. Ana asintió.
-El cesto de la ropa sucia está al lado de la ducha –dijo-. Y la lavadora está fuera, por si no puedes esperar.
-Gracias –dijo Mak, y la palabra le pareció extraña en su boca. Rara vez agradecía nada explícitamente, pero en aquel momento consideró que era lo más apropiado.
-No hay de qué –Ana le sonrió un poco, y Mak fue consciente por primera vez desde que había llegado de que quizás a ella le hacía tan poca gracia la idea de casarse como a él, pues estaba bastante tensa y cortada, algo que, si tenía en cuenta lo que le había contado Ángel, debía de ser bastante raro.
Se dirigió de nuevo al baño, cerró la puerta y se quitó la ropa; se metió en la ducha y dejó que el agua le golpease en la cara, helada al principio, cosa que le despejó un poco. Aunque realmente le apetecía pasar los próximos cien años bajo el agua caliente, el cansancio le atacó con ferocidad, así que se lavó con rapidez, se secó y dejó la ropa sucia en el cesto. Tenía suficiente  como para aguantar un par de días, así que no le corría prisa lavar aquella. Aunque normalmente se paseaba por su casa desnudo, ahora que tenía que convivir con alguien que, además, era una completa desconocida, decidió que lo mejor que podía hacer era anudarse la toalla a la cadera; cuando salió del baño y se topó con Ana justo de frente, supo que había tomado la mejor de las decisiones, pues la chica se puso roja y desvió la mirada con rapidez, casi como si le diera miedo. Mak alzó ambas cejas, sorprendido, pero no dijo nada y se apresuró a entrar en su habitación y cerrar la puerta; sacó unos calzoncillos de su bolsa, se los puso y se acostó, dejando tirada la toalla en el suelo. Por el momento, todo le daba igual, ya lidiaría al día siguiente con lo que fuera, ahora sólo quería descansar… E, increíblemente, se quedó dormido a los pocos minutos de meterse en la cama.

Ana se quedó un momento en su habitación después de que Mak saliera, pues se sentía un poco avergonzada por tenerla tan desordenada. Como normalmente no había nadie más en la casa, no se molestaba en recogerlo, y ya se había acostumbrado a dejar la ropa del día anterior hecha una bola sobre la cama, que normalmente acababa en el suelo a la mañana siguiente después de que ella se moviera en sueños. Pero tendría que volver a los buenos hábitos ahora que parecía que Mak se iba a quedar allí indefinidamente, así que quitó de en medio todo aquello que no estaba en su sitio, cogió la ropa sucia y fue a llevarla al baño, pensando que él ya habría salido, ya que no oía correr el agua. Pero estaba equivocada, como comprendió justo cuando salió de su habitación y se encontró con Mak en la puerta del baño, cubierto sólo con una toalla; desvió la mirada rápidamente, pero tuvo tiempo de captar una más que nítida instantánea mental del aspecto que presentaba.
Hijo de puta, está como un puto tren, fue todo lo que su bloqueado cerebro pudo procesar antes de enviar la señal a sus piernas para que respondieran; se metió en el baño sin encender siquiera la luz y metió la ropa en el cesto. Después, fue al salón y cerró con llave y cadena la puerta principal, recogió los envases vacíos de los yogures y los tiró a la basura, apagó las luces y corrió de vuelta a su habitación. Le costó conciliar el sueño, y no se sintió un poco más relajada hasta que echó el cerrojo de su puerta.



(Continuará...)

lunes, 28 de marzo de 2016

"The Russian", 2.

-Lo que me pides es… –no encontró palabras para definirlo-. Necesito pensarlo…
Ángel se levantó del sofá y se acercó a ella, poniéndole las manos en los hombros.
-Ana… –empezó-. No te lo pediría si hubiese otra forma… De verdad, no puede esperar diez años… Y no confío lo suficiente en nadie más como para pedírselo… Por favor, Ana…
-Hablas como si fuera cuestión de vida o muerte –murmuró ella, con la vista aún clavada en el suelo, sin querer ceder. Lo que él le pedía era que cometiese un delito, y estaba segura de que la pillarían porque nunca se le había dado bien mentir… Pero le debía demasiado a Ángel.
-Lo es –dijo él, y Ana le miró a los ojos. No le estaba mintiendo. Con un suspiro, asintió con la cabeza.
-Está bien… Pero tienes que asegurarme que no va a matarme mientras duermo, o algo así –dijo, mirando de reojo al desconocido; bajó la voz-. Parece un asesino.
La expresión de su cara debía de ser bastante cómica, porque Ángel soltó una carcajada y la abrazó con fuerza.
-Gracias, de verdad –le dijo-. Te puedo jurar que no te tocará un solo pelo, salvo que crea que intentas matarle o delatarle. Y creo que también odia la felpa, así que...
-¿Qué?
-Nada, nada, tranquila –Ángel hizo un movimiento con la mano, como si le quitara importancia al asunto-. Bueno, yo tengo que irme ya, Paqui estará preocupada.
-Espera un momento, no…
-Todo va a ir bien, ya verás, tú sólo sé como eres siempre, y no habrá ningún problema –su amigo miró al desconocido-. Mak, pórtate bien con ella, ¿eh? No la asustes.
-¿Mak? –preguntó ella, extrañada.
-Maksimillian –aclaró el desconocido, con un marcado acento extranjero. Su voz era grave y su tono ligeramente amenazador.
-Mak, para los amigos, y vosotros ya sois amigos, ¿verdad? Venga, ya nos veremos, pareja –dijo Ángel, con una media sonrisa, y se marchó rápidamente, dejándoles solos. Un pesado silencio se instaló entre ellos; Ana no sabía qué decir, y Mak no parecía especialmente dispuesto a mantener una conversación. Transcurrieron varios segundos hasta que ella se decidió a abrir la boca.
-Yo… Ah… ¿Has cenado? –preguntó. No había mucho en la nevera, pero podría improvisar cualquier cosa. Él negó con la cabeza.
-No tengo hambre.
-Vale… Si… Si cambias de idea, coge lo que quieras del frigorífico –dijo, señalándolo vagamente con el brazo. Al tener una cocina americana, todo se veía desde el salón. Recordó las palabras de Ángel, y se dijo que debía comportarse con naturalidad-. ¿Quieres ver el resto de la casa?
Mak pareció dudar durante un segundo, pero al final asintió.
-Bueno, pues eso es el salón –Ana abarcó con un movimiento del brazo la zona donde se encontraban el sofá, la televisión, varias estanterías repletas de libros y un escritorio pequeño-. Y eso, la cocina –señaló hacia el lado contrario, donde estaban la nevera, la vitrocerámica, el horno, un microondas sobre una encimera y un par de armarios-. Y por allí están los dormitorios y el baño.
Echó a andar por el breve pasillo que conducía a las habitaciones, y abrió la última puerta.
-Tú puedes dormir aquí –le indicó, encendiendo la luz-. Hay mantas y sábanas de sobra en el armario, y ahora te despejaré una balda en el baño para que dejes tus cosas.
-No he traído nada.
Ana le miró a los ojos durante un segundo, y después volvió a clavar la vista en el suelo.
-Ah, pues… No sé… Si necesitas cualquier cosa, mañana puedo comprártelo –se ofreció.
-Voy contigo.
-Vale, bien… Pues te dejo para que te instales, estaré en la cocina, por si necesitas algo o tienes cualquier pregunta.
Él sólo asintió en silencio, y dejó la bolsa que había traído sobre la estrecha cama. Ana dudó durante un segundo si cabría en ella, o, por el contrario, se le saldrían los pies; después, volvió al taburete en el que había estado sentada, con su libro y sus yogures.


Mak dejó caer su bolsa sobre la cama, y, cuando escuchó los pasos acolchados de la chica al alejarse, la abrió. No había cogido mucha ropa, pero la verdad era que apenas tenía importancia para él, pues podía comprar más en cualquier momento; en cambio, sí que se había preocupado de coger todas sus armas y mucho dinero en efectivo, así no tendría que usar su tarjeta de crédito en mucho tiempo y sería mucho más difícil que sus perseguidores le encontrasen... Aunque dudaba bastante que se hubieran dado cuenta de que se había largado.

Se aseguró de que sus Sig-Sauer estuvieran cargadas, y después le colocó el silenciador a una de ellas para dejarla bajo la almohada, junto con uno de sus cuchillos de caza. Abrió el armario y sacó sábanas y una manta, hizo la cama en cuatro minutos y escondió sus armas. Dejó la poca ropa que traía dentro de la bolsa para cubrir el dinero y el resto de su arsenal, por si acaso a la chica le daba por rebuscar entre sus cosas, aunque no creía que fuera a hacerlo, y después metió la bolsa bajo la cama.
Se sentó durante un momento y se restregó la cara con las manos, sintiéndose de repente muy cansado... Algo normal, supuso, teniendo en cuenta que, desde que cogió el tren en Kiev, llevaba más de tres días viajando y apenas había podido dormir un par de horas, pero le había parecido un precio bajo por escapar. Llegar a Ucrania también le había costado bastante, ya que había tenido que evitar las carreteras principales y cambiar a menudo de medio de transporte, asegurándose siempre de llevar la cara lo más tapada posible y hablar sólo cuando fuera totalmente imprescindible… Había tenido que tirar de todos los contactos de los que sabía que podía fiarse, que no eran muchos, y aún así apenas habían podido ayudarle a salir de Rusia. Pero lo había conseguido. Y allí estaba, en un piso en el centro de la capital de España, intentando aún hacerse a la idea de que tendría que hacer algo que no le apetecía en absoluto con una chica que no le gustaba en absoluto, para dejar atrás aquello que había amado: su país y su trabajo. No era que no estuviera acostumbrado a hacer cosas que no le emocionasen, al contrario, su forma de ganarse la vida consistía esencialmente en eso… Pero casarse nunca había entrado en sus planes, simplemente no lo había considerado, no era una opción.
Suspiró. No sabía cómo iba a manejar aquello, pero iba a tener que hacerse a la vida “en pareja”, o le descubrirían y no podría obtener la nacionalidad.
Eran demasiadas cosas juntas en demasiado poco tiempo, y estaba lo bastante cansado como para no poder pensar con claridad… Al menos estaba relativamente a salvo allí, así que podría relajarse un poco, lo justo como para poner en orden sus ideas y tratar de trazar un plan. Se levantó y se dirigió al baño, dispuesto a darse una ducha bien caliente que le quitase parte de la tensión de los músculos, y entonces se dio cuenta de que no tenía toalla para secarse. Frunció los labios y contuvo otro suspiro mientras caminaba por el pasillo en dirección a la cocina.
Ana estaba sentada en un taburete leyendo un libro con cara de concentración y una cuchara metida en la boca, como si la hubiera olvidado ahí, y no se dio cuenta de su presencia hasta que él la llamó por su nombre, momento en que se dio un susto y estuvo a punto de caerse al suelo.
-Lo siento –dijo Mak, con cara de extrañeza.
-¿Siempre eres tan silencioso? –preguntó, dejando la cuchara en el envase vacío de uno de los yogures. Le miraba con una mezcla de reproche y vergüenza que estuvo a punto de sacarle una sonrisa. A punto.
-Normalmente sí –Mak asintió una sola vez, y después volvió a centrarse en lo que le había llevado hasta allí-. Necesito una toalla.




(Continuará...)

viernes, 11 de marzo de 2016

La vida no está hecha de momentos.

Dicen que la vida está hecha de momentos, pero, en realidad, la vida está hecha de personas.

Hay personas que entran de repente, sin avisar, como cuando el trueno suena a la vez que se ve el rayo y te das cuenta de que tienes la tormenta encima... Son personas que te sorprenden, te trastocan y te revuelven la vida, a veces para bien, y entonces te preguntas por qué no han entrado antes en tu mundo, y a veces, para mal, y lo que te preguntas es qué hiciste en otra vida o quién fuiste para merecer semejante maldición.

Hay personas que entran despacito, como si fueran ninjas o dientes de león arrastrados por el viento, y se quedan ahí contigo, siempre pendientes, y hacen que te preguntes cómo era tu vida antes de ellos, porque no recuerdas un solo instante en el que no estuvieran ahí.

Hay personas de las que te enamoras nada más verlas, no sabes por qué. Otras te lo "explican" cuando despliegan su encanto con una cerveza y un mal chiste. Y otras a las que odias porque tienen algo en la cara o en el "aura" que te hace sentir ganas de pegarles un puñetazo en la nariz sin saber siquiera su nombre.

Hay personas de las que aprendes a fiarte, porque te demuestran con actos sus palabras, y son esa roca fuerte contra la que chocan y chocan las olas, y a la que sabes que puedes aferrarte cuando te estás ahogando en el mar o en un charco, porque siempre te van a mantener con la cabeza fuera del agua.

Hay personas de las que te has fiado toda tu vida, quizás por costumbre o por cercanía, o quizás porque es lo natural... Y, de repente, te clavan no un puñal, sino una espada de dos manos por la espalda, y te atraviesan de lado a lado sin más razón que la de querer verte sangrar.

Hay personas que son como koalas, hay que bajarlas del árbol en llamas a pedradas, y posiblemente al final no lo consigas. Son aquellas que están contigo pase lo que pase, en las buenas y sobre todo en las malas, no importa lo que les hagas, no importa lo que les digas... Inexplicablemente, te aprecian demasiado como para dejarte ir, pese a que has sido cruel o no las has tratado tan bien como sabes que merecían, pese a que te has olvidado de ellas más de una, de dos, y de tres veces... Ahí siguen, a menudo sin preocuparse por sí mismos, sin resolver sus propios problemas o sin querer hablar de ellos, porque los tuyos son más importantes.
La capacidad de perdonar de esas personas me asombra a veces. Lo gilipollas que somos, que seguimos ahí, palo tras palo, y en vez de cogerlos, hacernos una balsa y huir, nos sentamos sobre ellos y los miramos de vez en cuando, recordando lo que dolieron y esperando el siguiente... Y así, palo a palo, mantenemos al mundo a flote. Y el día en que nos cansemos, se irá a pique.

domingo, 14 de febrero de 2016

"The Russian", 1.

Ana estaba al fin en casa tras un largo y agotador día de trabajo. Se quitó las botas y las dejó allí donde cayeron; después, se desabrochó el sujetador de camino al dormitorio, soltando un suspiro de alivio en cuanto la prenda se separó de su cuerpo. La camisa y el pantalón acabaron hechos una bola sobre la cama, y la mencionada prenda íntima, colgando del picaporte de la puerta de la habitación. Se dejó puestos los gruesos calcetines, pues la calefacción no estaba puesta y hacía frío en el piso, así que ya se los quitaría antes de acostarse. Se puso un mullido pijama de felpa, unas zapatillas de andar por casa y se recogió el pelo en una coleta, después fue a la cocina y sacó un par de yogures de la nevera para cenar.
En cuanto se instaló en un taburete al lado de la isla que hacía las veces de mesa, con el último libro de su saga favorita entre manos listo para ser devorado, una rápida sucesión de timbrazos aguijoneó sus tímpanos; se levantó rápidamente y echó un vistazo por la mirilla. Al ver que era Ángel, su amigo de toda la vida, abrió con un suspiro. Era típico de él.
-¿Dónde está el fuego? –le preguntó, ligeramente molesta por su comportamiento.
-Aquí mismo –contestó él, con una sonrisa, mientras se señalaba la entrepierna. Ana puso los ojos en blanco y resopló, sonriendo también-. ¿Estás sola?
-No, estaba preparándome para tener una noche tremendamente erótica con Hugh Jackman, me está esperando en la cama –replicó ella, sarcástica.
-¿Y ese pijama se considera erótico? –se burló Ángel.
-No todos son tan intransigentes como tú con la felpa.
-Pareces un peluche gigante.
-Gracias, era mi intención –Ana se apoyó en el quicio de la puerta con los brazos cruzados-. ¿Qué pasa?
La expresión de Ángel cambió, volviéndose seria, tanto que ella se preocupó.
-Necesito tu ayuda… Sabes que no te lo pediría si tuviese otra opción, pero ¿recuerdas ese favor que me debes?
-Tienes que haberte metido en un lío bien gordo si tienes que recurrir a eso –Ana se incorporó y le miró fijamente a los ojos-. No habrás matado a alguien, ¿verdad?
-No, claro que no –replicó él, ofendido. No se cansaba de repetir que él odiaba la violencia-. Pero mi amigo necesita un sitio en el que quedarse durante unos días.
-¿Qué amigo? –ella no veía a nadie más allí. Ángel hizo un gesto con el brazo hacia su derecha, donde estaba la escalera, y entonces un hombre alto, muy, muy alto, de cuerpo fibroso vestido entero de negro, pelo igualmente negro y corto, y los ojos azules más helados que Ana había visto nunca, se colocó al lado de su amigo. Ella, instintivamente, dio un paso atrás mientras el desconocido observaba el rellano como si estuviera buscando alguna otra forma de acceder a él que le hubiera pasado desapercibida, o como si hubiera una decena de enemigos ocultos tras el pequeño helecho que su vecina tenía en la entrada. Cuando fijó sus fríos ojos en ella, Ana tuvo que contener un respingo; no la saludó, sino que se limitó a someterla al mismo escrutinio y examen que a la planta. Ella sacudió un poco la cabeza para tratar de salir del asombro.
-¿Qué…? –le costaba que las palabras acudieran a su boca-. Creo que no lo estoy entendiendo… ¿Por qué no puede quedarse en tu casa?
-Bueno… –Ángel, bajó un poco la cabeza, como si estuviera avergonzado-. Ya sabes, con Paqui a punto de dar a luz, no tenemos habitaciones libres…
-Si sólo van a ser unos días, puede quedarse en el sofá cama de tu salón –replicó Ana, tratando de no mirar al desconocido-. Así que dime la verdad, esto no es porque no tenga sitio donde dormir.
-¿Podemos pasar? –preguntó su amigo, tras un momento de silencio. Por toda respuesta, Ana se hizo a un lado, dejando libre el acceso a su pequeño piso, y cerró en cuanto estuvieron dentro.
Se quedó de pie, mientras que Ángel se sentó en el sofá, y el hombre desconocido hizo un brevísimo recorrido con la mirada por el lugar, para después dejar caer al suelo una bolsa de viaje en la que Ana no había reparado hasta el momento y quedarse cruzado de brazos al lado del gran ventanal del salón.
-¿Y bien? –Ana sólo quería que su amigo fuera al grano, pero tenía que ser algo serio si estaba dándole tantas vueltas.
-Necesita que le ayudes a conseguir la nacionalidad –contestó al fin Ángel. Ella frunció el ceño.
-Para eso necesita haber residido aquí durante al menos diez años seguidos de forma legal antes de solicitarlo –contestó Ana, que sabía algo del tema gracias a que una de sus mejores amigas era abogada, y se lo había comentado en alguna ocasión-. Y yo no puedo controlar la velocidad del tiempo.
-Hay otra forma –atajó su amigo, mirándola a los ojos, y de repente Ana lo entendió todo. Teniendo en cuenta que el favor que le debía a Ángel era enorme, pues le había salvado la vida en una ocasión, no iba a pedirle algo tan sencillo a cambio… Frunció los labios y clavó la vista en el suelo. No podía negarse. Pero quería.
-Lo que me pides es… –no encontró palabras para definirlo-. Necesito pensarlo…

(Continuará...)