Fuente: https://pixabay.com/es/los-libros-libros-antiguos-antigua-1812915/

domingo, 13 de diciembre de 2015

Sólo tú puedes salvarte a ti mismo.

Sólo fue un año, hasta que comprendí que yo era la única que podía ponerle fin, que estaba en mis manos (literalmente, como descubrí más tarde) acabar con todo.
Al principio, no entendía nada... Me pareció todo muy repentino. Pero ahora que echo la vista atrás, me doy cuenta de que no, que, aunque con mucha menos frecuencia e intensidad, ya lo había sufrido desde pequeña en el autobús de camino al colegio. Siempre hacían referencia a lo mismo: lo poco agraciada que me encontraban. Palabras como “fea” o “Repu” (Repu “la Cerda”, creo recordar, un personaje de “Cruz y Raya” interpretado por José Mota) se habían repetido muchas veces para definirme y ofenderme. Cuando tienes ya cierta edad, aprendes a pasar, a ignorarlo, o simplemente subes el volumen de la música... Pero cuando tienes diez años y te lo gritan al oído, es imposible escapar, o lo fue para mí, y es muy duro cuando no tienes a nadie que te apoye y sólo eres una niña que no entiende qué coño le pasa al mundo, o qué le has hecho, y no llegas a ninguna conclusión.
Ese comportamiento se redujo con el tiempo. Sí, claro que aprendí a pasar, y su respuesta fue la misma: ir pasando de mí. Por suerte. Pero se cerró ese frente y se abrió otro, y si en el autobús sólo tenía que aguantar el tiempo que tardaba en llegar al colegio y la respectiva vuelta a casa, aquí eran varias horas diarias. Mi clase.
Todo empezó a la semana o así de empezar tercero de secundaria (allá por 2007), cuando fuimos de excursión a una central eléctrica. Sólo fue una palabra, “guapa”, y no tenía ni idea de a qué venía... Se habían ocupado ya tiempo antes de dejarme claro que no era esa la opinión que tenían de mí, pero aún así les ignoré y traté de seguir a lo mío. Lo siguieron repitiendo todo el día, y toda esa semana. Y sí, me sentí muy ofendida. Obviamente, hablé de ello con mis padres, que me dijeron que una no puede ofenderse por un piropo... Pero no era un piropo, no se trataba tanto de lo que decían, sino de CÓMO lo decían, de las risas que iban antes y después de soltarlo, del tono de burla, los codazos al compañero de al lado...
Con todo, traté de seguir ignorándolo, pero se volvió costumbre entre ellos decirlo mínimo una vez al día, todos los días... El tiempo fue pasando, y la situación no mejoró en absoluto. Llegaron a hacer comentarios como “Si me chupas la polla, me lío contigo”, e incluso a acusarme de “robos” porque una familiar lejana dirigía el colegio en ese momento (que ya me diréis qué coño tendría que ver yo en eso, pero bueno), y repetir cada poco que yo estaba enchufada y por eso aprobaba (fue el año que más asignaturas suspendí en el instituto, unas tres o así por trimestre, así que ya veis qué enchufe podía tener). Nunca llegaron a la violencia física, sin embargo.
Recuerdo un día concreto, en la clase de Inglés... Antes de conocerle, el profesor en cuestión no me caía especialmente bien, pero al empezar las clases, cambié de opinión y hasta le cogí cariño... Pero, volviendo al tema, estábamos en clase, y volvieron a meterse conmigo, delante del profesor y sin cortarse un pelo... No sé qué tenía ese día de especial, o por qué pasó... Pero me rompí. La presión pudo conmigo, y me rompí. Me eché a llorar en mitad de clase porque no podía más, no podía, no quería entender qué cojones estaba pasando, por qué, de repente, habían decidido que era divertido meterse conmigo y lo habían hecho costumbre. Le agradecí en silencio al profesor en cuestión que saliera en mi defensa, aunque no sirvió para nada, para absolutamente nada... Porque, cuando se fue, la situación no había cambiado.
No, no toda la clase se metía conmigo, yo me llevaba bien con algunas personas (de las cuales, hoy en día sólo mantengo el contacto con una), pero no recuerdo haber oído a nadie decirle a los “guays” que me dejaran en paz, que no se metieran conmigo... Recuerdo algunas palabras de apoyo de vez en cuando, pero siempre en voz baja.
Yo aguanté porque tenía gente que me apoyaba mucho en otra clase, y cuando estaba con ellas, solían dejarme en paz (la gente de aspecto gótico siempre ha inspirado cierto temor, no sé por qué). Era el único momento de respiro allí, el del recreo.
El curso acabó, y llegó el verano. Genial para mí, ya no tenía que ver a la gente que me había hecho daño... No contaba con que podía haber más personas que fueran a comportarse de manera similar, pero lo hicieron, y me demostraron que no se puede confiar en la gente sólo porque la conozcas desde hace mucho tiempo, ya que en cualquier momento pueden pegarte una puñalada. El suceso en cuestión fue la broma más cruel que me han gastado nunca, yo me la creí entera (tonta de mí, claro, porque tenía que haberme dado cuenta de que era imposible la situación) y pasé una de las tardes más angustiosas de mi vida. Y ahí fue cuando tomé la decisión firme de que A TOMAR POR CULO TODO Y TODOS. Estaba más que harta de no poder confiar en la gente, de no poder estar tranquila incluso en lugares en los que debería. Pues se acabó.
Nunca más.
Septiembre volvió, y empezó otro curso, pero yo ya no era la misma... Claro que eso nadie lo sabía. Un día, estaba reclinada sobre mi mesa, copiando algo en un cuaderno cuando ya había acabado la clase, y llegó un chico por detrás y me golpeó en la espalda... Y algo hizo “clic” en mi cabeza. Según él siguió avanzando y se puso delante de mí, le solté una bofetada. Se apartó justo a tiempo, y sólo le rocé con las puntas de los dedos, pero el mensaje le debió de quedar claro, y lo que hice debió de correr como la pólvora y avisar al resto de “guays” de que ya no era posible meterse conmigo como antes habían hecho, porque estuvieron prácticamente sin dirigirme la palabra una semana entera, y ese año fue bueno, pero es triste que una tenga que imponerse de esa forma para que la dejen en paz.
No dejaron de meterse conmigo del todo, claro (la gente que es gilipollas, no deja de serlo de un día para otro) pero las palabras cambiaron y pasé a ser “la satánica”, porque iba normalmente de negro o colores oscuros y me gustaban el rock duro y el heavy metal, pero no tuvo nada que ver con el continuo ensañamiento del año anterior.

En aquel entonces, lo que hoy en día se conoce como “bullying”, sólo eran cosas de niños. Sí, claro que había habido casos de niños que habían tenido que cambiarse de colegio, incluso había salido algún que otro caso extremo de un chaval que se había suicidado por culpa del acoso, pero ni de lejos tenía la “importancia” o el seguimiento que tiene ahora.
“Cosas de niños”, decían... ¿Y en qué momento dejan de ser cosas de niños para convertirse en algo más? Porque con catorce y quince años, ya no son niños, son personas PLENAMENTE CONSCIENTES de lo que están haciendo.
“Díselo a los profesores”, “Díselo a tus padres”... ¿De verdad creéis que eso sirve realmente para algo? Eso que contestan siempre los niños de “Si digo algo, me harán algo peor” no es mentira, porque los abusones no están dispuestos a “dejar de lado su diversión sólo porque no está bien.”
He conocido a más gente que ha pasado por situaciones similares y ha reaccionado de la misma forma que yo, y he llegado a la conclusión de que la única persona que puede cambiarlo es uno mismo. La ayuda externa de alguien con “autoridad” rara vez sirve para algo.
Yo tuve la suerte de que “sólo” tardé un año en darme cuenta, pero aún hoy me duele acordarme de eso, y todavía tengo problemas de autoestima. Hoy, ocho años después.