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jueves, 14 de julio de 2016

"The Russian", 4.

El despertador sonó a las ocho de la mañana, ya que era sábado y no tenía que ir a trabajar, y Ana lo apagó de un manotazo. Dio un par de vueltas en la cama, remoloneando durante unos minutos, y por fin se incorporó bostezando y restregándose la cara con las manos.
Había tenido un sueño rarísimo en el que su amigo Ángel llevaba a un gigante de aspecto extranjero a su casa y le decía que se tenían que casar.
Qué tontería, pensó, con una sonrisa, mientras sacaba unas braguitas de un cajón del armario. Se preguntó vagamente, aún presa del sueño, por qué tenía echado el pestillo de su habitación, pero lo achacó a alguna de las paranoias que le daban de vez en cuando al pensar que podría entrar algún ladrón en casa. Entró en el baño y cerró la puerta tras de sí, hizo sus necesidades, se desvistió y entró en la ducha; se lavó el pelo y el cuerpo a conciencia, y se aclaró con agua templada, casi fría, para terminar de despejarse. Al salir, se secó con una toalla y se envolvió en ella, se puso las braguitas, recogió el pijama del suelo y volvió a su habitación para vestirse.

Mak se despertó de golpe al oír unos pitidos estridentes; se encontró a sí mismo apuntando hacia la puerta con la pistola que escondía bajo la almohada, pero al verla cerrada y no registrar ninguna otra presencia en el cuarto, la bajó. Se recostó de nuevo y suspiró al mirar el reloj; no podía creer que hubiera dormido toda la noche, ya que era bastante desconfiado por naturaleza y cualquier ruido extraño le impedía cerrar los ojos. De hecho, cuando tenía que pasar la noche en un hotel, la mayoría de las veces acababa dando cabezadas en una silla al lado de la puerta; sólo dormía tranquilo en su casa, así que pensó que nunca había estado tan cansado como la noche anterior, porque no había otra explicación para su repentina relajación.
Se levantó y se estiró, hizo cuarenta flexiones y se puso un pantalón y una camiseta antes de salir. Al abrir la puerta, pudo ver pasar a Ana por delante envuelta en una toalla; ella no pareció percatarse de su presencia, porque ni siquiera le miró, pero Mak pudo apreciar que estaba mucho más delgada de lo que había pensado la noche anterior. Definitivamente, aquel pijama de peluche no le hacía ningún favor, aunque seguía sin ser su tipo. Se encogió de hombros y fue a la cocina; buscó en un par de armarios, y al no encontrar té, abrió la nevera, sorprendiéndose gratamente al encontrar un brick de zumo de piña casi entero. Buscó los vasos, y los localizó en un armario junto con el resto de la vajilla, al lado de la campana extractora; sacó uno, por costumbre, pero luego se lo pensó mejor y sacó otro más para Ana, mientras se repetía a sí mismo que debía intentar ser agradable con ella, pues a fin de cuentas, iba a jugarse mucho por él.
En ese momento, su estómago comenzó a rugir, y él frunció el ceño; era normal, a fin de cuentas, pues no había comido nada desde la mañana anterior ya que la tensión le quitaba el apetito. Estaba explorando otro armario en busca de algo de comer, sin éxito, cuando escuchó un grito ahogado al otro lado de la isla; se incorporó rápidamente, alerta, y vio a Ana con cara de susto. Se había vestido, pero seguía llevando una toalla enrollada en la cabeza, y le miraba de forma acusadora.
-Buenos días –dijo, sin embargo-. ¿Te he despertado?
Mak asintió. No tenía sentido mentir.
-Lo siento… La verdad es que ni me acordaba de que estabas aquí.
-No importa.
Se instaló un silencio tenso entre ambos. Ana no parecía saber dónde mirar, y Mak empezó a sentirse incómodo, no tenía ni idea de cómo comportarse con ella. Entonces, su estómago volvió a rugir, y Ana le miró.
-¿Te gustan las tostadas? Creo que lo único que me queda es pan –su tono era una mezcla de vergüenza y disculpa. Mak asintió de nuevo; cualquier cosa le parecía bien, siempre que le calmara el hambre.
Se hizo a un lado cuando Ana se acercó para sacar una bolsa de pan de molde de uno de los armarios, y obedeció un poco a regañadientes cuando le dijo que se sentara; odiaba estar inactivo, pero apenas tuvo que esperar dos minutos antes de tener un par de tostadas frente a él, así que aceptó con un intento de sonrisa la mermelada y la margarina que Ana le tendía y, sin poder evitar saltarse las normas básicas de educación, empezó a comer sin esperarla.
-Parece que alguien tenía hambre –la oyó murmurar, y en su voz había cierto tono de burla; levantó la mirada tratando de no soltar algún improperio, pero tuvo que tragarse todos los que acudían a su mente al ver que ella simplemente le sonreía con satisfacción, como si verdaderamente se alegrase de que tuviera tanto apetito. Mak esperó hasta haberse tragado todo lo que tenía en la boca antes de hablar.
-Sí.
-No eres muy hablador, ¿no?
Mak la miró a los ojos, tratando de evaluarla. Siempre se le había dado bien leer a la gente, calaba a todo el mundo con una simple mirada, y Ana no era la excepción. No recordaba haber visto a alguien más expresivo en su vida, y claramente ella no se sentía especialmente cómoda con él cerca. No se fiaba de él. Y eso le dolió un poco, aunque no iba a reconocerlo.
-¿Eso te incomoda? –le preguntó, y se terminó la primera tostada. Ana desvió la mirada para preparar la suya propia. A Mak no le hacía falta que contestara.