Hay veces en las que lo único que quieres es huir. Huir de
la gente, de algún lugar, de los problemas... De ti mismo.
Acelera.
Sientes cómo el mundo se vuelve un borrón a tu alrededor.
¡Acelera!
Pasas el umbral de lo permitido, pero eso ha dejado de importar.
El tiempo carece de valor, la vida se ha vuelto simple... Sólo tienes que mantener el pie pegado al pedal, y te alejarás de
todo, de todos, de ti mismo.
¡ACELERA!
Pero la huida sólo es una ilusión, y el mundo vuelve de
golpe. El tiempo recupera su importancia, y es tal, que sólo quieres que se
detenga, e incluso que vuelva atrás para poder recuperarlo... Porque debiste
haberte fijado en lo que tenías delante, y ya no es sólo en aquello que tenías y
no apreciaste, sino en los obstáculos que tu propia autocompasión te impidió
ver.
Porque tu cerebro te dijo a tiempo que tenías que parar. Que
tenías que frenar. Pero tú sólo le oíste gritar: ¡ACELERA!
Y lo hiciste. Y conseguiste, literalmente, huir de ti mismo.
O, al menos, veintiún gramos de ti huyeron de tu cuerpo.