«La soledad ahoga.»
He leído esas tres palabras muy a menudo, y siempre pensé que, juntas, eran poco más que una exageración. Hasta hoy.
Hoy la siento cerca, pegada a mí, tratando de asfixiarme, de reducirme a una masa abstracta y llorosa. Es como si estuviera en una piscina, con el agua a la altura del cuello... Aunque, más que a una piscina, la soledad se parece más al mar, con sus corrientes, sus olas, y sus miles de peligros ocultos bajo la superficie aparentemente calma. Te arrastra, te empuja, te golpea, te hiela, te muerde, te pica, te come, te mata.