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miércoles, 12 de octubre de 2016

"The Russian", 5.

Aquel hombre era muy raro, y eso que Ana estaba más que acostumbrada a juntarse con gente rara. Como decía su madre, parecía que lo iba buscando, porque no recordaba haberse encontrado con nadie normal en su vida. Claro que también era cierto que no podía decir que se aburría cada vez que salía con sus amigos, y daba gracias por haberles conocido.
En primer lugar, la noche anterior le había causado una impresión no demasiado buena, quizás por su repentina visita en plena noche, o quizás porque, cuando la había mirado, había estado bastante segura de lo que sentía una bacteria cuando la examinaban con un microscopio. Y eso no había sido agradable.
Luego, por supuesto, estaba el hecho de que era más silencioso que una pelusa voladora, y la había asustado dos veces en menos de ocho horas. Aunque, para ser justos, la segunda vez realmente había sido culpa suya, por olvidarse completamente de que no estaba sola en el piso.
Pero esa no es la cuestión, se dijo. Mak no parecía muy sociable, y las personas tan calladas siempre la habían inquietado un poco. Extendió un poco de margarina sobre su tostada mientras sentía la helada mirada de él clavada en ella.
¡Contesta de una vez!, se reprendió.
-Me inquieta un poco, la verdad –reconoció, enfrentando la mirada de Mak. No sabía cuánto tiempo iba a tener que estar con él, así que lo mejor era que fuera completamente sincera-. Yo hablo hasta por los codos, y…
-¿Por los… codos? –la interrumpió Mak, con un gesto de extrañeza tan evidente y cómico que ella tuvo que reprimir una carcajada.
-Es una forma de hablar –le explicó-. Significa que hablo mucho.
Él asintió, aunque su expresión no llegó a desvanecerse del todo.
-Bueno… Eso –dijo Ana, volviendo al tema principal-. Yo hablo mucho, y a veces me frustra un poco cuando la gente me contesta con monosílabos, o respuestas cortas en general.
-Entiendo –dijo Mak, asintiendo de nuevo. El silencio volvió a instalarse entre ellos, y Ana decidió seguir con su desayuno en vista de que no iba a conseguir arrancarle ni una sola palabra más.
No sé cuánto tiempo tendremos que fingir, pero se me va a hacer de largo…, pensó, frustrada. Ella se consideraba una persona bastante alegre y optimista, le encantaba hablar, y reírse, y hacer bromas y seguir riendo, así que realmente no sabía bien cómo tratar con alguien a quien no le gustaba hablar.
-No es por ti –dijo de repente Mak; ella levantó la vista de su desayuno para mirarle, interrogante, y ahora era él el que parecía estar incómodo-. No hablo mucho con nadie.
Ana asintió. Era bueno saber que no tenía ningún problema con ella, aunque también era cierto que era bastante improbable que ese fuera el caso, ya que se conocían sólo desde hacía unas horas, y habían pasado la mayor parte de ellas durmiendo.
-¿Quieres otra? –le preguntó a Mak, señalando su plato vacío-. No tienes por qué quedarte con hambre.
-Puedo hacerlo yo –contestó él. Aunque la respuesta podía parecer un poco brusca, no había acritud ninguna en su voz, sólo la mera constatación de un hecho.
-Claro –asintió ella, apurando lo que le quedaba de zumo-. Yo… Voy a ir a secarme el pelo mientras acabas, y después, si te parece bien, iremos a hacer la compra.
Ana dejó su plato y su vaso en el fregadero. Ya se ocuparía de ellos más tarde.

Mak frunció ligeramente el ceño cuando Ana dijo que irían a hacer la compra. No recordaba haber ido a un supermercado en los últimos diez años, y menos aún desde que se podía hacer la compra por internet… ¿Es que ese tipo de avance no había llegado hasta allí? ¿O es que ella no sabía que existía? En cualquier caso, la idea no le parecía especialmente halagüeña. En los supermercados había cámaras, cámaras a las que se podía acceder si uno tenía los recursos y los contactos necesarios, y no quería que sus perseguidores, si es que se habían percatado de su ausencia, lo tuvieran fácil para dar con él. Pero tampoco iba a quedarse encerrado en aquel apartamento hasta que por fin obtuviera la nacionalidad, así que tampoco era un mal comienzo… Y así al menos podría comprar todo lo que necesitase, en vez de encargárselo a Ana.
En ese momento, se dio cuenta de que sólo le quedaban unos pocos euros… El resto, eran todo rublos. Suspiró con resignación al pensar que tendría que ir a cambiarlos. Genial, más cámaras… Y, seguramente, sería el sitio que más vigilarían. Bueno, no era ningún cobarde, así que iba a tener que arriesgarse.




(Continuará...)