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jueves, 23 de octubre de 2014

Reacción.

"[...]

A Belle se le saltaron las lágrimas; Marshall sólo estaba tratando de defenderla, y, en su opinión, Ricky se merecía cada puñetazo, eso estaba claro, pero no podía permitir que el gigante se metiera en un lío por su culpa...
Quiso moverse, pero su cuerpo no le respondió. Lo intentó de nuevo, y obtuvo el mismo resultado, y se sintió frustrada. Estaba muerta de miedo, como siempre, y eso era lo que la mantenía pegada al suelo… En un rincón lejano de su conciencia, mientras veía cómo Marshall y Ricky se peleaban, una vocecilla le susurraba que no podía seguir así, que no podía vivir teniendo miedo de todo, que tenía que ser valiente por una vez en su vida... Sabía que no podría separar a los dos hombres, pues no era lo suficientemente fuerte, pero tal vez podría buscar ayuda. Y, entonces, casi como una revelación, recordó que en el parking se habían instalado unos paneles de alarma, en los que pulsabas un botón y los guardias hacían acto de presencia en pocos segundos; Belle supuso que, precisamente, era para evitar o detener situaciones como aquélla. Miró a su alrededor, buscando uno de los grandes paneles amarillos y negros, y justo localizó uno a unos metros de distancia; deseó con todas sus fuerzas ser capaz de llegar hasta él, y, para su sorpresa, sus piernas se atrevieron a reaccionar. [...]"

domingo, 19 de octubre de 2014

Ojos de Sirena.

” [...]

Scorpius empezó a emerger de entre las brumas del sueño, y, con él, el dolor y el cansancio acumulado despertaron también. No sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente, ni tampoco dónde estaba o cómo había llegado hasta allí, si bien la verdad era que tampoco le importaba mucho en ese momento… ¿Estaba vivo realmente, o acaso se había ahogado en aquellas aguas negras y furiosas, cuando el barco había empezado a hundirse? Suponía que el hecho de que le doliese hasta el pelo debía significar que aún no había ido a hacerle compañía al cofre de Davy Jones. Dioses, estaba agotado, y los párpados le pesaban como balas de cañón, pero se obligó a sí mismo a abrirlos, pues, de cualquier forma, tampoco podía seguir durmiendo: estaba en lo que parecía un camarote bastante amplio y bien iluminado, cosa que hirió la sensibilidad de sus retinas, obligándole a parpadear; cuando su visión se aclaró al fin, pudo distinguir que estaba rodeado de mujeres, algo que hizo que se incorporase de golpe y se marease. Gracias a la rapidez de sus movimientos y su consecuencia, estuvo a punto de caerse de la cama, pero consiguió mantenerse arriba en el último momento, y, cuando el camarote dejó de dar vueltas, observó con precaución a quienes le rodeaban: dos rubias muy parecidas y escasas de ropa, bastante bien dotadas y con un desagradable aire de superioridad, fueron las primeras en las que centró su mirada verde oscuro, pero había visto tantas como ellas, que apenas se paró a fijarse en los detalles. Sin embargo, la mujer que estaba justo al lado de las rubias era otro cantar: los rayos del sol arrancaban destellos dorados a su cabello castaño e iluminaban tenuemente su rostro, como si tuvieran miedo de brillar con demasiada fuerza sobre aquella piel perfecta… Y sus ojos… Mirándolos, Scorpius sólo podía pensar en las sirenas de las leyendas, pues aquel azul aguamarina tan similar al mar que adoraba parecía querer arrastrarle hasta el fondo y retenerle allí para siempre. [...] “

"Por cierto, lo que sientes son celos."

“[...]

Cuando Mike vio salir a Belle, le pareció que el ruido de la cafetería aumentaba.

-Vaya, vaya, compadre… –dijo Juan, mirándole con burla-. Es la primera vez que te veo tan callado delante de una mujer.

-Chorradas –replicó el rubio, con el ceño ligeramente fruncido-. Lo que pasa es que tú no cerrabas el pico y yo no he podido decir nada.

-Ya, ya… –dijo su amigo, malicioso-. Te he visto, te estaban brillando los ojos.

-Serán las luces –Mike se encogió un poco de hombros, sólo lo justo para que su amigo captara el gesto, pero no tanto como para hacerse daño.

-Claro, las luces… –dijo Juan, asintiendo con ese aire de quien sabe algo que el otro ignora; bebió un trago de su bebida, y pareció cambiar de tema-. Es una chica guapa, desde luego…

El rubio asintió inconscientemente, mientras apuraba los últimos sorbos de su refresco. Ese adjetivo se quedaba corto; Belle no era guapa, era preciosa. Tenía el encanto especial de las mujeres que ignoran su propia belleza.

-Tiene unas bonitas piernas –continuó diciendo «El Mexicano», haciendo como si no le estuviera mirando, aunque en realidad vigilaba todos los movimientos de su colega, que seguía absorto en sus pensamientos-. Me pregunto cómo será estar entre ellas.

Pasaron un par de segundos hasta que Mike entendió el sentido de aquellas palabras, y entonces le dirigió a Juan una mirada cargada de reproche, pero también de un odio irracional.

-¡Lo sabía! –exclamó entonces su colega, con una risotada-. ¡No te atrevas a negar que te gusta, hermano!

-¿Y a ti? ¿Te gusta? –preguntó Mike, sabiendo que había caído en la trampa; estaba intentando tranquilizarse, pues no comprendía por qué había tenido ese acceso de ira repentina al imaginarse a Juan y a Belle juntos.

-Nah, es simpática, pero no es para mí –contestó su colega, con una sonrisa triunfal-. Las prefiero rubias y tontas.

El rubio suspiró, profundamente aliviado de repente. Se hizo una coleta otra vez y se levantó de la mesa; era hora de echarse un par de carreras, y, ya que no podía entrenar como los demás, al menos no perdería la forma física. Aún tenía tiempo de sobra antes de ir a rehabilitación, y necesitaba despejarse.

-Me voy al gimnasio –anunció, levantándose y cogiendo su bolsa de deporte-. ¿Te vienes?

-Acabo de salir de allí, pero vale –contestó Juan, imitándole-. ¡Ah, por cierto! Lo que sientes son celos.

-No digas tonterías –repuso Mike, ligeramente molesto. Ya había tenido celos antes, y no se parecían en nada a lo que acababa de experimentar; esto era mucho más profundo… Quizás sólo fuera la inactividad, aunque la posibilidad de que fuera una enfermedad mental, como la esquizofrenia o algo así, también se le pasó por la cabeza… Todo era demasiado raro, demasiado nuevo, para él.

-Si no quieres admitirlo, vale, pero luego no se te ocurra decir que no te avisé. [...]“

La sonrisa de mi Evangeline.

” [...]

Alan miraba fijamente el bloque de piedra que era la lápida de Evangeline. Nunca se había movido de ahí, y poco le importaba que lloviera, nevara o hiciera sol… Esas cosas mundanas ya no podían afectarle. Miraba el bloque y se acordaba de ella, y el resto del mundo desaparecía a su alrededor, pues carecía de sentido sin su amada difunta esposa. No sabía cuánto había pasado desde que la habían asesinado, ya que, para él, el tiempo se había detenido en el momento en que la había visto tirada en la cama, desnuda y llena de cortes por todas partes. Muerta. Desconocía si habían pasado días, años, siglos o unas cuantas horas… Lo único cierto era que ella ya no estaba, y que no volvería… Bueno… y que él estaba muerto también lo sabía. Así pues hizo memoria, regresando a la triste noche de principios de abril de 1790.



Alan estaba nervioso cuando salió de la mansión; tenía un mal presentimiento. Algo no iba bien. Lazarus había estado paseándose por toda la casa, como si estuviera buscando algo, y eso no era normal; se conocían desde hacía años y eran buenos amigos, aunque tenían sus diferencias, y nunca le había visto tan inquieto… Normalmente era un tipo tranquilo y frío, y jamás le había visto perder la calma, de ahí que su comportamiento le resultara sospechoso desde el principio. Evangeline también estaba nerviosa, y continuamente miraba a todas partes, como si temiera que algo, o alguien, pudiera atacarla en cualquier momento. Y eso, naturalmente, no era un buen presagio, por eso a Alan no le apetecía salir de la mansión… Pero ¿qué podía hacer? Su obligación era acompañar a su madre a pasear, para protegerla de cualquier peligro. Aunque odiaba estar lejos de su esposa, sabía que la mansión era un lugar seguro, y más si Lazarus estaba allí; así pues, salió a montar a caballo con su querida madre, tratando de alejar de sí todos sus temores.


No se entretuvieron mucho, pues empezó a llover y se vieron obligados a volver al abrigo de la mansión; al entrar por la puerta, lo primero que notaron fue el silencio. No había ni un solo ruido. Sin embargo, el hecho de que ni Lazarus ni Evangeline hubieran salido a recibirles era extraño, así que Alan subió a buscar a su amada esposa a sus aposentos. Y la encontró tumbada en la cama. Muerta. La visión era tan horrible, que supo que poblaría sus peores pesadillas por siempre: Evangeline estaba con medio cuerpo encima de la cama, completamente desnuda, y la sangre de los cortes que tenía por todo el cuerpo brillaba siniestramente a la luz de las velas. Alan se acercó más, horrorizado y tratando de contener las náuseas, pero su visión estaba borrosa a causa de las lágrimas… Después, el tiempo se había detenido al comprender que ya nunca más volvería a verla sonreír.




Alan inspiró profundamente, y levantó los ojos de la lápida. Echaba de menos la sonrisa de Evangeline, muchísimo… Sabía que había habido un retrato suyo en alguna parte de la casa, pero desconocía dónde lo habían guardado o si seguía allí, ya que su familia se había llevado muchas cosas de vuelta a Europa, y el resto… Bueno, quizás las vendieran, las destruyeran o quién sabe qué. Tampoco tenía ánimos para entrar en la mansión a buscarlo; se negaba en rotundo a encontrarse con Lazarus, o con lo que quedaba de él, al menos. Entonces, le abordó un mal presentimiento. Algo malo iba a pasar. Otra vez. Quizás esta vez pudiera llegar a tiempo para evitarlo, y redimirse así del crimen por el que había sido condenado… El suicidio no estaba bien visto a ojos de Dios, así que su alma había quedado atrapada en aquel mundo, que ya no era el suyo. Pero, de alguna manera, sabía que, si salvaba una vida inocente, sería perdonado, y volvería a ver a su amada Evangeline… [...]“

Estrellas invencibles.

Era una mañana tranquila y agradable para surcar las aguas del mar, pero “El Indomable” se encontraba anclado no muy lejos de su punto de partida, el puerto de la isla del barón Pinion, ya que el capitán no había decidido aún un rumbo en concreto. Las olas golpeaban el casco con suavidad mientras los marineros esperaban en la cubierta las órdenes del contramaestre; muchos se habían sentado en rollos de cuerda, en barriles o simplemente en el suelo, y otros se paseaban con impaciencia de un lado a otro.

-Hay mucha calma hoy, ¿no? –dijo un marinero joven e inexperto. Era su primer viaje, y esperaba que hubiera un poco más de actividad a bordo.

-Demasiada –afirmó otro, más viejo, a quien le faltaba un ojo-. Y el capitán debería darse prisa en tomar una decisión, o nos alcanzarán los piratas.

-No hay barcos a la vista –replicó el joven marinero, achicando los ojos mientras miraba al horizonte- .Además, estamos demasiado cerca de la costa, y seguro que no se atreven…

-Nunca te fíes de esos bribones, muchacho, son más listos de lo que crees –dijo el viejo tuerto-. Aparecerán cuando menos te lo esperes, y tendrás suerte si consigues escapar con vida de las garras de esos malditos…

-Deja de asustar al muchacho, Junn –le interrumpió otro marinero, de mediana edad y piel tostada por el sol-. No todos los piratas son hábiles a la hora de abordar un barco, y menos si está bien defendido, como éste.

-Los que navegan por estas aguas, concretamente, no son de los que se andan con niñerías, Jason –replicó Junn, cruzándose de brazos-. Hay una tripulación en concreto que no ha sido derrotada nunca, sin importar lo bien defendido que estuviera el maldito barco.

-No exageres, viejo…

-No lo hago, ni siquiera un poco, y tú lo sabes –se defendió el anciano, y después miró al joven marinero-. Hazme caso, muchacho, cuídate de esas a las que llaman las Estrellas…

-¿Quienes son las Estrellas? –quiso saber el joven, muy emocionado-. ¿Cómo son de peligrosas, en una escala del uno al diez? ¿Y por qué las llaman así?

-Haces muchas preguntas, hijo –dijo Jason, con una sonrisa, a la vez que se desperezaba-. Pero no creo que quieras saber todas las respuestas, o dejarás el mar y la vida de marinero en un pestañeo.

-¡Claro que quiero saberlas! Me parece apasionante… –replicó el muchacho, mientras le brillaban los ojos-. Además, tengo que estar informado de todo, o no podré defenderme.

-Anda, Junn, cuéntale al chico quiénes son las Estrellas, que tú eres quien mejor lo sabe –dijo alguien, de fondo, y todos le corearon, pues las historias de piratas siempre eran bien recibidas, aunque se consideraban de mal fario. El viejo sonrió nostálgicamente, y se dispuso a contar lo que sabía sobre la enigmática tripulación invencible.

-Las Estrellas son piratas, y todas pertenecen a la misma tripulación, la de “La Constelación“ –empezó a relatar Junn, con un deje de misterio en la voz-. Son una de las bandas más peligrosas que navegan por estas aguas –hizo una pausa dramática-. Son todas mujeres, y por ello todo el mundo tiene menos cuidado, no les toman en serio, lo que es un gran error, porque son verdaderos demonios cuando pelean… No se les puede medir en una escala, porque siempre superan el límite, y si tienes la desgracia de encontrártelas, tendrás dos opciones: la inteligente, que es rendirte y no discutirles nada, y la suicida, que es enfrentarte a ellas. Elige una según las ganas que tengas de vivir… Y ya te aviso que, si eliges enfrentarte a ellas, luego no podrás echarte atrás y rendirte…

-¿Por qué no? –quiso saber el muchacho.

-Porque siempre terminan lo que empiezan –contestó Junn, con pesar-. Aunque, a veces, si están de buen humor, tienen piedad de algunos… –añadió, tocándose distraídamente el parche que cubría su cuenca vacía.

-¡Qué emocionante! ¡Las conoces en persona! –exclamó el muchacho-. ¿Cómo fue? ¿Y por qué las llaman Estrellas? Eso aún no me lo has contado.

-Las llaman así porque todas tienen nombres relacionados con ellas, e incluso con diosas griegas y romanas –dijo Jason, con una sonrisa burlona, como si lo encontrara todo totalmente ridículo.

-En realidad es por el nombre de su barco, porque las constelaciones están compuestas por estrellas… Es un juego de palabras… Aún así, no te fíes nunca de ninguna de ellas –dijo Junn, mirándole con el ceño fruncido-. Todas son peligrosas a su manera… Algunas por ser hermosas, ya que te desconcentran y te hacen bajar la guardia; otras, por ser muy ágiles, tanto que es casi imposible herirlas; y otras por ser extremadamente diestras con la espada, pueden matarte sin que te des cuenta… Y luego hay excepciones, claro.

-¿Excepciones? ¿Qué quieres decir? ¿No habías dicho que todas eran peligrosas? –preguntó el joven marinero, confundido.

-Y así es… Algunas por una cosa o por otra, pero hay dos que lo son por todo eso y por más –contestó el viejo tuerto, mientras perdía la mirada de su único ojo en el horizonte, evocando los recuerdos de lo acaecido hacía apenas un par de años, rememorando dos caras en concreto, dos formas de luchar iguales y diferentes a la vez, dos pares de ojos casi opuestos con miradas similares…

-¿Qué quiere decir? ¿De qué habla? –preguntó el muchacho, con impaciencia. No entendía por qué el viejo se había quedado en silencio de repente, como si estuviera muy lejos de allí, tanto en el tiempo como en el espacio.

-Caleb, creo que Junn necesita descansar un… –empezó a decir Jason, pero el viejo volvió a hablar.

-Cuídate de la primera oficial, muchacho… Es más peligrosa que un demonio, a pesar de su cara de ángel… Que no te embrujen sus ojos, o estarás perdido –dijo, todavía con la mirada ausente-. Pero, por encima incluso de ella, cuídate de la capitana… Esa mujer se las sabe todas, y es la más peligrosa con la que te encontrarás jamás…

-¡Increíble! –exclamó Caleb, con los ojos muy abiertos-. ¿Y cómo se llaman esas dos?

-Casiopea es el nombre de la primera oficial… –contestó Junn, mientras recordaba dos hermosos ojos, azules como los mares tropicales, pero fieros como los de un depredador… Los ojos de una auténtica guerrera.

-¿Y la capitana? –quiso saber el joven, pero el viejo tuerto no contestó. Miró entonces a Jason, quien parecía muy concentrado en algo a lo lejos-. ¿Cómo se llama la capitana de “La Constelación“?

-Cuidado con la capitana, muchacho, mucho cuidado con ella… Témela como si fuera el mismísimo Diablo… Y no subestimes nunca a esas mujeres, ¿me oyes? ¡Nunca! –gritó Junn, como si se hubiera vuelto loco, mientras le zarandeaba. Después, se fue a la bodega, repitiendo lo mismo una y otra vez.

-¿Qué le ha pasado al viejo? –preguntó Caleb, con los ojos desorbitados y el miedo metido en el cuerpo.

-Aún no ha superado su encontronazo con esas piratas –dijo Jason, mientras le ponía una mano en el hombro-. Creyó que las podría vencer, pero se equivocó… Ya tiene una edad, no fue lo suficientemente rápido, y le faltó poco para perder la vida… Son muy diestras, pero yo estoy convencido de que se las puede derrotar.

-¿Cómo? –quiso saber el joven, mirándole con expectación.

-No lo sé… Será condenadamente difícil, porque son las más expertas piratas que me haya echado nunca a la cara – contestó el marinero-. Pero seguro que es posible… Tiene que serlo… Son humanas.
Creo, añadió mentalmente.

-Aún no me ha dicho nadie cómo se llama la capitana, ni tampoco cómo fue ese encuentro del que hablas… ¿Tú estabas presente?

Jason rió estrepitosamente.

-Sí, hijo, yo estuve allí, y las vi pelear con mis propios ojos… Pero todo eso te lo contaré en otro momento –dijo, sonriendo con suficiencia.

-¿Y por qué no ahora?

-Porque me quedaría sin historias que contar durante el resto del viaje.

-¿Me dirás, al menos, cuál es el nombre de la capitana? –casi suplicó Caleb.

Jason miró al horizonte, y se perdió en él por un momento, rememorando el rostro de una de las mujeres más hermosas que había visto jamás.

-Andrómeda –murmuró, con una sonrisa nostálgica-. Su nombre es Andrómeda. [...] “

El Matón y la Niña de los Gatos.

” [...]

-Gracias, por cierto –dijo, mirándome desde arriba. Yo sólo asentí, y hubo un momento de tenso silencio. Louis seguía mirándome, como si estuviera esperando a que yo hiciera o dijera algo, y la verdad era que me moría de ganas de hacerle un millón de preguntas… Pero no tenía ni la menor idea de por dónde empezar.

-¿Y bien? –dijo, con tono impaciente, a la vez que se cruzaba de brazos.

-¿Y bien, qué? –pregunté yo, un poco confundida. ¿Qué demonios quería que hiciera? Porque la opción de huir no era factible y, al margen de eso, estaba lo suficientemente tensa como para no tener ni idea de en qué emplear el tiempo que estuviera retenida.

-Que qué quieres hacer hoy –dijo Louis, con voz cansina. Me pensé la respuesta un momento.

-No sé… ¿Puedo irme de aquí? –pregunté, por si colaba. Él bufó, intentando ocultar la risa, pero no pudo evitar que apareciera una sonrisa en su cara.

-No –dijo- A menos que seas Superman, claro.

-Ultrawoman, en realidad –le corregí, distraídamente, mientras alisaba un poco mi pijama- Sigo siendo una chica, aunque no te lo creas… Y Superman era un hombre.

-Eres muy friki, ¿lo sabías? –dijo él, con burla- Eso, o muy creída.

Me encogí de hombros y me levanté, mientras le miraba a los ojos; le llegaba por la barbilla, pero así me intimidaba menos que desde más abajo.

-Puede ser, pero al menos tengo buen gusto para vestir –dije, con malicia. Mi intención era devolverle el pique, porque realmente me gustaba cómo iba vestido… Louis era muy atractivo así, a la luz del sol. Parecía otra persona. Pero no podía evitar pensar que no dejaba de ser un matón que estaba al servicio de los tipos que me tenían secuestrada.

-Perdona, niñita, pero no soy yo quien lleva un pijama de gatos –dijo, cruzándose de brazos, con una sonrisa maliciosa.

-¡No son gatos! –le espeté, tras darme cuenta de que la noche anterior había cogido mi pijama de los Looney Tunes. Así de cansada estaba, que no recordaba la mitad de lo que había hecho- Es EL gato. Es Silvestre.

-¿Quién? –preguntó él, un poco confundido, mientras descruzaba un poco los brazos. Suspiré con exasperación.

-Silvestre, el de los Looney Tunes –dije, como si fuera muy obvio, pero él parecía seguir sin saber de qué le estaba hablando- Ya sabes, ese que siempre estaba intentando comerse a Piolín, el pájaro amarillo con la cabeza enorme…

-No insistas, no sé quién es ese gato, no le he visto en la vida… Y el pollo tampoco me suena –dijo Louis, negando con la cabeza y mirándome como si estuviera medio loca.

-¡¿Pero cómo no vas a saber quiénes son?! –solté, impresionada. No podía creerme que no les conociera, era absolutamente impensable para mí- Tienes que haber oído hablar de ellos… Estoy segura…

-Que no, y para ya, o acabarás por convertirme en un friki como tú –me dijo, con una sonrisa indulgente.

-La frase: «Me pareció ver un lindo gatito», ¿no te dice nada? –le pregunté, en un último intento desesperado por que lo recordase. Estaba segura de que, en su infancia, tenía que haber visto dibujos animados.

Se quedó callado un momento, y después pareció recordar algo.

-Sí, me suena mucho –dijo, como alucinado- Pero no sé de qué… ¡Ah, sí! ¡De que estás como una cabra!

Y estalló en carcajadas. [...] “

martes, 14 de octubre de 2014

Si la dejas...

«La soledad ahoga.»

He leído esas tres palabras muy a menudo, y siempre pensé que, juntas, eran poco más que una exageración. Hasta hoy.

Hoy la siento cerca, pegada a mí, tratando de asfixiarme, de reducirme a una masa abstracta y llorosa. Es como si estuviera en una piscina, con el agua a la altura del cuello... Aunque, más que a una piscina, la soledad se parece más al mar, con sus corrientes, sus olas, y sus miles de peligros ocultos bajo la superficie aparentemente calma. Te arrastra, te empuja, te golpea, te hiela, te muerde, te pica, te come, te mata.

jueves, 9 de octubre de 2014

Depredador.

Hacía tiempo que los conocía. Mucho. Tanto, que había perdido la cuenta de los años. Y no los vio venir… No habría podido, nunca, jamás de los jamases, prever que aquellos ojos oscuros la atraparían como una tela de araña atrapa a una mosca despistada. Pero allí estaba, revolviéndose y pataleando, igual que el insecto, para poder librarse de aquel extraño embrujo que la mantenía pegada a unos irises familiares, y a la vez tan absolutamente desconocidos…
Ahora los veía con una nueva luz, a través de un cristal totalmente diferente… Los encontraba magnéticos, hechizantes, profundosatrayentesmisteriosos, h e r m o s o s… Como sólo pueden serlo los de un depredador.

Él había conseguido arrinconarla sin siquiera pretenderlo, sólo con aquellos dos ojos oscuros, y ella se había convertido en presa sin darse cuenta, se había quedado mirando demasiado tiempo en el momento indicado, y había caído en la trampa de un querubín regordete armado con un arco y un carcaj lleno.

Nunca una presa tuvo tantas ganas de ser cazada.

martes, 7 de octubre de 2014

Dolor de mujer.

El dolor lleva varios días amenazando con hacer acto de presencia, hasta que al fin se ha decidido a atacar. Como de costumbre, lo ha hecho sin miramientos, e incluso con crueldad.

Ha empezado en el pecho, oprimiéndolo como si no hubiera mañana, y la sensación que me invade es la de que quiere aplastarlo, reducirlo al grosor de una hoja de papel, y puede que después plegarlo siete veces sobre sí mismo.

No contento con el mal que provoca, decide avanzar hacia el estómago, sacudiéndolo como haría  un barman experto con una coctelera: con furia y en varias direcciones. Como consecuencia, las náuseas no tardan en aparecer, y siento en la boca el sabor amargo de la bilis; sólo puedo cerrar los ojos y rezar por que pase cuanto antes.

Ah, pero, ¿por qué detenerse? ¿Por qué, si puede seguir disfrutando con el sufrimiento ajeno? No, no, eso sería ser demasiado benévolo... No, sigue bajando, apoderándose del vientre, haciéndome sentir que estoy a punto de abrirme por la mitad... Oh, dioses, duele tanto...

A la tortura física, se suma la psicológica... Tengo la mente embotada, apenas puedo pensar, pero, sin embargo, mis nervios están a flor de piel... Todo es tan tremendamente irritante, anodino, triste, horrible y hermoso a la vez...

Y quiero chocolate.

Aguantar esto durante dos o tres días al mes, todos los meses, realmente me hace replantearme si el don de traer la vida al mundo es tan increíble como para merecer este castigo...

Mamá asegura que sí.

Escondite.

Ahí estás. Por fin has salido de tu escondite.

Te miro durante un segundo, y después cierro los ojos, pues tu piel me deslumbra. Sin embargo, te siento cerca. Siento tus dedos cálidos acariciar mi cara, mi cuello y mi pelo como el más experto de los amantes, y no puedo evitar que el vello se me erice ante tan dulce contacto.

Bajo tu mirada, todo es más hermoso, más brillante, está más vivo… Incluso yo me siento así, y se me escapa alguna que otra lágrima de felicidad, testigo delator de tu encanto. Y es que tengo que sonreír cuando estoy ante ti, me siento querida de alguna forma al recibir tus besos, protegida de todo aquello que, oculto en las sombras, espera para hacerme daño.

Nunca nadie me ha tocado como tú.

Ahí estás, querido Sol. Gracias por salir de tu escondite.