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domingo, 14 de febrero de 2016

"The Russian", 1.

Ana estaba al fin en casa tras un largo y agotador día de trabajo. Se quitó las botas y las dejó allí donde cayeron; después, se desabrochó el sujetador de camino al dormitorio, soltando un suspiro de alivio en cuanto la prenda se separó de su cuerpo. La camisa y el pantalón acabaron hechos una bola sobre la cama, y la mencionada prenda íntima, colgando del picaporte de la puerta de la habitación. Se dejó puestos los gruesos calcetines, pues la calefacción no estaba puesta y hacía frío en el piso, así que ya se los quitaría antes de acostarse. Se puso un mullido pijama de felpa, unas zapatillas de andar por casa y se recogió el pelo en una coleta, después fue a la cocina y sacó un par de yogures de la nevera para cenar.
En cuanto se instaló en un taburete al lado de la isla que hacía las veces de mesa, con el último libro de su saga favorita entre manos listo para ser devorado, una rápida sucesión de timbrazos aguijoneó sus tímpanos; se levantó rápidamente y echó un vistazo por la mirilla. Al ver que era Ángel, su amigo de toda la vida, abrió con un suspiro. Era típico de él.
-¿Dónde está el fuego? –le preguntó, ligeramente molesta por su comportamiento.
-Aquí mismo –contestó él, con una sonrisa, mientras se señalaba la entrepierna. Ana puso los ojos en blanco y resopló, sonriendo también-. ¿Estás sola?
-No, estaba preparándome para tener una noche tremendamente erótica con Hugh Jackman, me está esperando en la cama –replicó ella, sarcástica.
-¿Y ese pijama se considera erótico? –se burló Ángel.
-No todos son tan intransigentes como tú con la felpa.
-Pareces un peluche gigante.
-Gracias, era mi intención –Ana se apoyó en el quicio de la puerta con los brazos cruzados-. ¿Qué pasa?
La expresión de Ángel cambió, volviéndose seria, tanto que ella se preocupó.
-Necesito tu ayuda… Sabes que no te lo pediría si tuviese otra opción, pero ¿recuerdas ese favor que me debes?
-Tienes que haberte metido en un lío bien gordo si tienes que recurrir a eso –Ana se incorporó y le miró fijamente a los ojos-. No habrás matado a alguien, ¿verdad?
-No, claro que no –replicó él, ofendido. No se cansaba de repetir que él odiaba la violencia-. Pero mi amigo necesita un sitio en el que quedarse durante unos días.
-¿Qué amigo? –ella no veía a nadie más allí. Ángel hizo un gesto con el brazo hacia su derecha, donde estaba la escalera, y entonces un hombre alto, muy, muy alto, de cuerpo fibroso vestido entero de negro, pelo igualmente negro y corto, y los ojos azules más helados que Ana había visto nunca, se colocó al lado de su amigo. Ella, instintivamente, dio un paso atrás mientras el desconocido observaba el rellano como si estuviera buscando alguna otra forma de acceder a él que le hubiera pasado desapercibida, o como si hubiera una decena de enemigos ocultos tras el pequeño helecho que su vecina tenía en la entrada. Cuando fijó sus fríos ojos en ella, Ana tuvo que contener un respingo; no la saludó, sino que se limitó a someterla al mismo escrutinio y examen que a la planta. Ella sacudió un poco la cabeza para tratar de salir del asombro.
-¿Qué…? –le costaba que las palabras acudieran a su boca-. Creo que no lo estoy entendiendo… ¿Por qué no puede quedarse en tu casa?
-Bueno… –Ángel, bajó un poco la cabeza, como si estuviera avergonzado-. Ya sabes, con Paqui a punto de dar a luz, no tenemos habitaciones libres…
-Si sólo van a ser unos días, puede quedarse en el sofá cama de tu salón –replicó Ana, tratando de no mirar al desconocido-. Así que dime la verdad, esto no es porque no tenga sitio donde dormir.
-¿Podemos pasar? –preguntó su amigo, tras un momento de silencio. Por toda respuesta, Ana se hizo a un lado, dejando libre el acceso a su pequeño piso, y cerró en cuanto estuvieron dentro.
Se quedó de pie, mientras que Ángel se sentó en el sofá, y el hombre desconocido hizo un brevísimo recorrido con la mirada por el lugar, para después dejar caer al suelo una bolsa de viaje en la que Ana no había reparado hasta el momento y quedarse cruzado de brazos al lado del gran ventanal del salón.
-¿Y bien? –Ana sólo quería que su amigo fuera al grano, pero tenía que ser algo serio si estaba dándole tantas vueltas.
-Necesita que le ayudes a conseguir la nacionalidad –contestó al fin Ángel. Ella frunció el ceño.
-Para eso necesita haber residido aquí durante al menos diez años seguidos de forma legal antes de solicitarlo –contestó Ana, que sabía algo del tema gracias a que una de sus mejores amigas era abogada, y se lo había comentado en alguna ocasión-. Y yo no puedo controlar la velocidad del tiempo.
-Hay otra forma –atajó su amigo, mirándola a los ojos, y de repente Ana lo entendió todo. Teniendo en cuenta que el favor que le debía a Ángel era enorme, pues le había salvado la vida en una ocasión, no iba a pedirle algo tan sencillo a cambio… Frunció los labios y clavó la vista en el suelo. No podía negarse. Pero quería.
-Lo que me pides es… –no encontró palabras para definirlo-. Necesito pensarlo…

(Continuará...)