Fuente: https://pixabay.com/es/los-libros-libros-antiguos-antigua-1812915/

martes, 7 de octubre de 2014

Dolor de mujer.

El dolor lleva varios días amenazando con hacer acto de presencia, hasta que al fin se ha decidido a atacar. Como de costumbre, lo ha hecho sin miramientos, e incluso con crueldad.

Ha empezado en el pecho, oprimiéndolo como si no hubiera mañana, y la sensación que me invade es la de que quiere aplastarlo, reducirlo al grosor de una hoja de papel, y puede que después plegarlo siete veces sobre sí mismo.

No contento con el mal que provoca, decide avanzar hacia el estómago, sacudiéndolo como haría  un barman experto con una coctelera: con furia y en varias direcciones. Como consecuencia, las náuseas no tardan en aparecer, y siento en la boca el sabor amargo de la bilis; sólo puedo cerrar los ojos y rezar por que pase cuanto antes.

Ah, pero, ¿por qué detenerse? ¿Por qué, si puede seguir disfrutando con el sufrimiento ajeno? No, no, eso sería ser demasiado benévolo... No, sigue bajando, apoderándose del vientre, haciéndome sentir que estoy a punto de abrirme por la mitad... Oh, dioses, duele tanto...

A la tortura física, se suma la psicológica... Tengo la mente embotada, apenas puedo pensar, pero, sin embargo, mis nervios están a flor de piel... Todo es tan tremendamente irritante, anodino, triste, horrible y hermoso a la vez...

Y quiero chocolate.

Aguantar esto durante dos o tres días al mes, todos los meses, realmente me hace replantearme si el don de traer la vida al mundo es tan increíble como para merecer este castigo...

Mamá asegura que sí.