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martes, 4 de noviembre de 2014

Demonios.

Azules como la medianoche, y clavados en los míos, tus ojos me instan a caer en su profundidad.
Ven…, parecen susurrar, Ven…
Sonríes, y tu sonrisa me deslumbra y me asusta a la vez. Algo dentro de mí me advierte de los peligros que encierra ese simple gesto.
Ven…, parece susurrar, Ven…
No te has movido ni siquiera un milímetro; sigues ahí, como si un Miguel Ángel especialmente hábil te hubiera esculpido con esa postura relajada. Como si el mundo fuera tuyo.
Ven…, pareces susurrar, Ven…
Esos ojos como pozos, tu sonrisa de cazador satisfecho, tu pose de dios todopoderoso… Todo ello me asusta, así que aparto la mirada. Sé que has dejado de sonreír, pero sigo oyendo una voz en mi cabeza que me susurra Ven… ven…. Pero yo no quiero ir.
Te doy la espalda, y noto tus ojos clavados en mi nuca, exigiendo que te mire de nuevo… Que me acerque a ti.

No.

No voy a ser una presa. No voy a ser TU presa.

Me voy, mientras siento la ira que irradias; por si acaso me alcanzáis ella o tú, echo a correr, poniendo distancia entre el Demonio y yo.