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viernes, 7 de noviembre de 2014

"Niña."

-¿Quieres ir a dar una vuelta por los jardines? –me dijo después, pero yo no contesté, sino que seguí mirándole desde lejos. Pareció impacientarse-. Te he hecho una pregunta, niña, lo mínimo que puedes hacer es contestarme.

En ese momento, sin tener muy claro por qué, se me cayó el alma a los pies. Él ni siquiera sabía mi nombre, y eso me hizo volver a la realidad. Ahí estaba yo, en una habitación que, sin duda, había conocido días mejores un par de milenios atrás, soñando con poder saber algo más de mi guardián para matar el tiempo antes de que éste me matase a mí, sin querer acordarme de que estaba secuestrada, de que no tenía que intentar trabar amistad con él, pues no estaba conmigo, sino contra mí. Y, sin embargo, me estaba siendo tan fácil olvidarme de esos detalles...

-Eres un bruto –le solté, intentando contener el torbellino de pensamientos y de emociones que se desarrollaba en mi cabeza. Tenía ganas de llorar, pero no lo haría, al menos mientras él estuviera delante. Louis me miró con los ojos muy abiertos y una ceja en alto.
-¿De verdad no lo entiendes? –dije, tratando de evitar por todos los medios echarme a llorar-. ¿No se te ha ocurrido pensar que quizás yo pudiera estar al borde de un ataque de nervios y que necesitase relajarme por un momento? ¿Que era eso lo que pretendía con toda esa parodia de la superheroína?
Pareció muy sorprendido por mi cambio de actitud, además de ligeramente arrepentido.
-No sé cómo reacciona la gente cuando la secuestran, no sé si tratan de relajarse o si se pasan el día entero llorando, autocompadeciéndose y rezando por que paguen su rescate antes de que les devuelvan a sus familias en trocitos –estaba empezando a soltar toda la tensión que llevaba dentro, y a la vez me daba cuenta de que era muchísima más de la que al principio había pensado. Louis me miraba como si me estuviera volviendo loca. Y, por un momento, yo también lo pensé; empecé a respirar agitadamente, como si algo me estuviera oprimiendo el pecho con fuerza, y, después, noté cómo las piernas me fallaban. Indudablemente, él también lo notó, porque corrió hacia mí y me sujetó antes de que cayera al suelo. Se arrodilló mientras me sostenía contra su pecho, firme y suave a la vez; para mi vergüenza, me eché a llorar.