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sábado, 21 de febrero de 2015

Sabe demasiado...

Sabe demasiado, así que no me ha quedado más remedio que atarla al cabecero de la cama para que nadie pueda intentar sonsacarle nada. Le he contado mis secretos, mis penas, mis alegrías, mis planes –tanto los del finde, como los de dominación mundial–, ha escuchado todos mis pensamientos y ha visto mis sueños, pero nunca ha dicho una palabra en respuesta. Ha recibido mis besos, pero no me los ha devuelto. La he bañado con mis lágrimas, y me las ha secado con un pañuelo húmedo. Hemos dormido juntas, y siempre ha velado mis noches. Lo sabe todo de mí, y nunca se ha quejado… Pero me da miedo que hable, que se lo cuente a alguien… Por eso no puedo permitir que se marche. Siempre puedo pegarle un tiro, pero creo que eso no arreglaría nada… Podría hacerme con una nueva, pero es que esta me gusta mucho... Sí, sabe demasiado... Pero es mi almohada y tendré que confiar en ella. Además, siempre puedo amenazarla con dejarla en un armario y que se la coman las polillas si intenta algo.