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lunes, 28 de marzo de 2016

"The Russian", 2.

-Lo que me pides es… –no encontró palabras para definirlo-. Necesito pensarlo…
Ángel se levantó del sofá y se acercó a ella, poniéndole las manos en los hombros.
-Ana… –empezó-. No te lo pediría si hubiese otra forma… De verdad, no puede esperar diez años… Y no confío lo suficiente en nadie más como para pedírselo… Por favor, Ana…
-Hablas como si fuera cuestión de vida o muerte –murmuró ella, con la vista aún clavada en el suelo, sin querer ceder. Lo que él le pedía era que cometiese un delito, y estaba segura de que la pillarían porque nunca se le había dado bien mentir… Pero le debía demasiado a Ángel.
-Lo es –dijo él, y Ana le miró a los ojos. No le estaba mintiendo. Con un suspiro, asintió con la cabeza.
-Está bien… Pero tienes que asegurarme que no va a matarme mientras duermo, o algo así –dijo, mirando de reojo al desconocido; bajó la voz-. Parece un asesino.
La expresión de su cara debía de ser bastante cómica, porque Ángel soltó una carcajada y la abrazó con fuerza.
-Gracias, de verdad –le dijo-. Te puedo jurar que no te tocará un solo pelo, salvo que crea que intentas matarle o delatarle. Y creo que también odia la felpa, así que...
-¿Qué?
-Nada, nada, tranquila –Ángel hizo un movimiento con la mano, como si le quitara importancia al asunto-. Bueno, yo tengo que irme ya, Paqui estará preocupada.
-Espera un momento, no…
-Todo va a ir bien, ya verás, tú sólo sé como eres siempre, y no habrá ningún problema –su amigo miró al desconocido-. Mak, pórtate bien con ella, ¿eh? No la asustes.
-¿Mak? –preguntó ella, extrañada.
-Maksimillian –aclaró el desconocido, con un marcado acento extranjero. Su voz era grave y su tono ligeramente amenazador.
-Mak, para los amigos, y vosotros ya sois amigos, ¿verdad? Venga, ya nos veremos, pareja –dijo Ángel, con una media sonrisa, y se marchó rápidamente, dejándoles solos. Un pesado silencio se instaló entre ellos; Ana no sabía qué decir, y Mak no parecía especialmente dispuesto a mantener una conversación. Transcurrieron varios segundos hasta que ella se decidió a abrir la boca.
-Yo… Ah… ¿Has cenado? –preguntó. No había mucho en la nevera, pero podría improvisar cualquier cosa. Él negó con la cabeza.
-No tengo hambre.
-Vale… Si… Si cambias de idea, coge lo que quieras del frigorífico –dijo, señalándolo vagamente con el brazo. Al tener una cocina americana, todo se veía desde el salón. Recordó las palabras de Ángel, y se dijo que debía comportarse con naturalidad-. ¿Quieres ver el resto de la casa?
Mak pareció dudar durante un segundo, pero al final asintió.
-Bueno, pues eso es el salón –Ana abarcó con un movimiento del brazo la zona donde se encontraban el sofá, la televisión, varias estanterías repletas de libros y un escritorio pequeño-. Y eso, la cocina –señaló hacia el lado contrario, donde estaban la nevera, la vitrocerámica, el horno, un microondas sobre una encimera y un par de armarios-. Y por allí están los dormitorios y el baño.
Echó a andar por el breve pasillo que conducía a las habitaciones, y abrió la última puerta.
-Tú puedes dormir aquí –le indicó, encendiendo la luz-. Hay mantas y sábanas de sobra en el armario, y ahora te despejaré una balda en el baño para que dejes tus cosas.
-No he traído nada.
Ana le miró a los ojos durante un segundo, y después volvió a clavar la vista en el suelo.
-Ah, pues… No sé… Si necesitas cualquier cosa, mañana puedo comprártelo –se ofreció.
-Voy contigo.
-Vale, bien… Pues te dejo para que te instales, estaré en la cocina, por si necesitas algo o tienes cualquier pregunta.
Él sólo asintió en silencio, y dejó la bolsa que había traído sobre la estrecha cama. Ana dudó durante un segundo si cabría en ella, o, por el contrario, se le saldrían los pies; después, volvió al taburete en el que había estado sentada, con su libro y sus yogures.


Mak dejó caer su bolsa sobre la cama, y, cuando escuchó los pasos acolchados de la chica al alejarse, la abrió. No había cogido mucha ropa, pero la verdad era que apenas tenía importancia para él, pues podía comprar más en cualquier momento; en cambio, sí que se había preocupado de coger todas sus armas y mucho dinero en efectivo, así no tendría que usar su tarjeta de crédito en mucho tiempo y sería mucho más difícil que sus perseguidores le encontrasen... Aunque dudaba bastante que se hubieran dado cuenta de que se había largado.

Se aseguró de que sus Sig-Sauer estuvieran cargadas, y después le colocó el silenciador a una de ellas para dejarla bajo la almohada, junto con uno de sus cuchillos de caza. Abrió el armario y sacó sábanas y una manta, hizo la cama en cuatro minutos y escondió sus armas. Dejó la poca ropa que traía dentro de la bolsa para cubrir el dinero y el resto de su arsenal, por si acaso a la chica le daba por rebuscar entre sus cosas, aunque no creía que fuera a hacerlo, y después metió la bolsa bajo la cama.
Se sentó durante un momento y se restregó la cara con las manos, sintiéndose de repente muy cansado... Algo normal, supuso, teniendo en cuenta que, desde que cogió el tren en Kiev, llevaba más de tres días viajando y apenas había podido dormir un par de horas, pero le había parecido un precio bajo por escapar. Llegar a Ucrania también le había costado bastante, ya que había tenido que evitar las carreteras principales y cambiar a menudo de medio de transporte, asegurándose siempre de llevar la cara lo más tapada posible y hablar sólo cuando fuera totalmente imprescindible… Había tenido que tirar de todos los contactos de los que sabía que podía fiarse, que no eran muchos, y aún así apenas habían podido ayudarle a salir de Rusia. Pero lo había conseguido. Y allí estaba, en un piso en el centro de la capital de España, intentando aún hacerse a la idea de que tendría que hacer algo que no le apetecía en absoluto con una chica que no le gustaba en absoluto, para dejar atrás aquello que había amado: su país y su trabajo. No era que no estuviera acostumbrado a hacer cosas que no le emocionasen, al contrario, su forma de ganarse la vida consistía esencialmente en eso… Pero casarse nunca había entrado en sus planes, simplemente no lo había considerado, no era una opción.
Suspiró. No sabía cómo iba a manejar aquello, pero iba a tener que hacerse a la vida “en pareja”, o le descubrirían y no podría obtener la nacionalidad.
Eran demasiadas cosas juntas en demasiado poco tiempo, y estaba lo bastante cansado como para no poder pensar con claridad… Al menos estaba relativamente a salvo allí, así que podría relajarse un poco, lo justo como para poner en orden sus ideas y tratar de trazar un plan. Se levantó y se dirigió al baño, dispuesto a darse una ducha bien caliente que le quitase parte de la tensión de los músculos, y entonces se dio cuenta de que no tenía toalla para secarse. Frunció los labios y contuvo otro suspiro mientras caminaba por el pasillo en dirección a la cocina.
Ana estaba sentada en un taburete leyendo un libro con cara de concentración y una cuchara metida en la boca, como si la hubiera olvidado ahí, y no se dio cuenta de su presencia hasta que él la llamó por su nombre, momento en que se dio un susto y estuvo a punto de caerse al suelo.
-Lo siento –dijo Mak, con cara de extrañeza.
-¿Siempre eres tan silencioso? –preguntó, dejando la cuchara en el envase vacío de uno de los yogures. Le miraba con una mezcla de reproche y vergüenza que estuvo a punto de sacarle una sonrisa. A punto.
-Normalmente sí –Mak asintió una sola vez, y después volvió a centrarse en lo que le había llevado hasta allí-. Necesito una toalla.




(Continuará...)