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viernes, 11 de marzo de 2016

La vida no está hecha de momentos.

Dicen que la vida está hecha de momentos, pero, en realidad, la vida está hecha de personas.

Hay personas que entran de repente, sin avisar, como cuando el trueno suena a la vez que se ve el rayo y te das cuenta de que tienes la tormenta encima... Son personas que te sorprenden, te trastocan y te revuelven la vida, a veces para bien, y entonces te preguntas por qué no han entrado antes en tu mundo, y a veces, para mal, y lo que te preguntas es qué hiciste en otra vida o quién fuiste para merecer semejante maldición.

Hay personas que entran despacito, como si fueran ninjas o dientes de león arrastrados por el viento, y se quedan ahí contigo, siempre pendientes, y hacen que te preguntes cómo era tu vida antes de ellos, porque no recuerdas un solo instante en el que no estuvieran ahí.

Hay personas de las que te enamoras nada más verlas, no sabes por qué. Otras te lo "explican" cuando despliegan su encanto con una cerveza y un mal chiste. Y otras a las que odias porque tienen algo en la cara o en el "aura" que te hace sentir ganas de pegarles un puñetazo en la nariz sin saber siquiera su nombre.

Hay personas de las que aprendes a fiarte, porque te demuestran con actos sus palabras, y son esa roca fuerte contra la que chocan y chocan las olas, y a la que sabes que puedes aferrarte cuando te estás ahogando en el mar o en un charco, porque siempre te van a mantener con la cabeza fuera del agua.

Hay personas de las que te has fiado toda tu vida, quizás por costumbre o por cercanía, o quizás porque es lo natural... Y, de repente, te clavan no un puñal, sino una espada de dos manos por la espalda, y te atraviesan de lado a lado sin más razón que la de querer verte sangrar.

Hay personas que son como koalas, hay que bajarlas del árbol en llamas a pedradas, y posiblemente al final no lo consigas. Son aquellas que están contigo pase lo que pase, en las buenas y sobre todo en las malas, no importa lo que les hagas, no importa lo que les digas... Inexplicablemente, te aprecian demasiado como para dejarte ir, pese a que has sido cruel o no las has tratado tan bien como sabes que merecían, pese a que te has olvidado de ellas más de una, de dos, y de tres veces... Ahí siguen, a menudo sin preocuparse por sí mismos, sin resolver sus propios problemas o sin querer hablar de ellos, porque los tuyos son más importantes.
La capacidad de perdonar de esas personas me asombra a veces. Lo gilipollas que somos, que seguimos ahí, palo tras palo, y en vez de cogerlos, hacernos una balsa y huir, nos sentamos sobre ellos y los miramos de vez en cuando, recordando lo que dolieron y esperando el siguiente... Y así, palo a palo, mantenemos al mundo a flote. Y el día en que nos cansemos, se irá a pique.